Con una sonrisa mellada me contemplo. Un burro y una flor trazados con tiza en la pizarra sirven de fondo a la tradicional foto de colegio.

Sobre la mesa una bola del mundo y una hoja de papel. En la mano un lápiz. Cuello blanco y la doble botonadura del uniforme completan la imagen de una niña de unos cinco años, de pelo oscuro y rizado. La miro desde este lado del tiempo. Reconozco su exterior e intuyo como es por dentro. Sé que estará deseando salir al recreo y jugar en el patio a la role, a la cuerda o a la goma. En la cartera, que adivino oculta a la cámara, guardará algún libro de ortografía y de cuentas. Sus padres la educan para ser independiente; para que, llegado el caso, no asuma el papel tradicional de ama de casa.

La veo crecer. Al lado me sonríe una mujer joven, también de pelo oscuro y rizado. Tiene trabajo, gana un sueldo y sabe que la independencia no sólo tiene que ver con la economía, sino también con la igualdad. Otras fotos que nos acercan en el tiempo. Ya somos la misma, ella y yo. Trabajamos y compartimos con la pareja casa y obligaciones familiares. Puede mejorarse, siempre queda trecho por andar, pero en general nos sentimos satisfechas la mujer de la foto y yo.

Muchas mujeres están aún en la pelea por la igualdad dentro de sus casas, por derrotar el machismo aún aferrado en la mente de muchos hombres que consideran el hogar cómo sinónimo femenino en el que reinan como leones indolentes.

Una lucha en la que lo que menos necesitan es que, desde la autoridad de un elevado magisterio, se refuerce la posición del macho desligándolo de su realización en el hogar.

Las mujeres de hoy y las de mañana, las que nos miran con las sonrisas melladas de la infancia, lo que necesitamos que se predique es la igualdad.