No debe ser fácil que una gala de entrega de premios resulte entretenida. Se requieren ingredientes que aun eligiéndose en el espacio gourmet, a la hora de cocinarlos juntos no siempre casan bien y el plato deviene insípido y aburrido. Puede tratarse del motivo más divertido y aun así dar lugar a un peñazo insoportable. Si el presentador falla y no conduce con agilidad y soltura el acto, si los tiempos se alargan con silencios infinitos, si los discursos se eternizan y entre medias se han previsto actuaciones sin el menor garbo y si falta ingenio en los premiados, la cita acabará sin pena ni gloria en el contenedor del olvido. Salvo que la pifia sea tan mayúscula que pase al anecdotario popular como ejemplo de lo que nunca debió ocurrir, para escarnio público de los organizadores.

He asistido a unas cuantas ediciones de los Premios Ciudad de Badajoz. He asistido y las he sufrido, por tediosas. Debe ser difícilísimo dar con la tecla para que una entrega de premios resulte entretenida. Que se lo digan a quienes lidian con las críticas de los Goya. No será por falta de medios y de profesionales en la industria del entretenimiento. Eso significa que seguramente no depende tanto del presupuesto sino de acertar con el programa y las secuencias, con el maestro de ceremonias y con la complicidad de los galardonados.

La ultima gala de los premios Ciudad de Badajoz ha sido especialmente ágil y entretenida. Se limitó a lo importante: dar a conocer a los premiados y sus obras, que son los verdaderos protagonistas, sin alharacas ni adornos, salvo las licencias literarias del presentador, el actor Fernando Ramos, con experiencia en la comunicación audiovisual. Se le notaba. Estuvo suelto y ameno y aprovechó el papel que se le asignó, que no es otro que presentar a los premiados y dialogar con ellos, escuchándolos y permitiéndoles que explicasen, someramente, el contenido de su trabajo. Pero la singular organización de esta gala chirría en su planteamiento. No es fácil para un comunicador presentar esta cita cultural por su peculiaridad. Los que nunca hayan asistido habrán de saber que los candidatos no están normalmente presentes en la sala. Es una convocatoria de ámbito nacional y los concurrentes proceden de todos los puntos del país. En alguna ocasión estaban incluso en el extranjero. Cuando el jurado da a conocer el fallo, se localiza al afortunado por teléfono y es el presentador el encargado de informarle de su buena fortuna, también vía telefónica, de viva voz, ante todos los presentes en la gala, que se cuentan por cientos. No cuesta imaginar la sorpresa que la situación puede causar a quien en ese momento no se encuentra en posición de ‘premio a la vista’.

En las últimas ediciones algunos premiados estaban en la sala y pudieron expresar sus emociones libremente. Todos ellos, claro está, eran de Badajoz y acudieron por si tocaba la flauta, como así fue. Pero no es habitual que los presentes y los medios de comunicación recojan la imagen de todos los premiados el día en que se da a conocer el fallo, porque no están de cuerpo presente. En los premios Planeta, por ejemplo, sería impensable que la foto de la noche de entrega no fuese la de los premiados. A los galardonados con los Ciudad de Badajoz no les ponemos cara hasta meses después, cuando acuden al salón de plenos a recoger su estatuilla. Para entonces, su protagonismo y el de sus obras se han diluido. Habría que buscar la forma de que al menos los finalistas pudieran asistir y tomar la palabra tras conocerse el fallo del jurado. Al fin y al cabo, la gala es por y para ellos.