"La presidencia española de la UE traerá cinco reuniones de alto nivel". Así titulaba recientemente el Periódico Extremadura al hilo de la renombrada, ansiada, magnificada y edulcorada presidencia de la Unión Europea que, a bombo y platillo, se dispone a presidir el líder interplanetario. Como todo el mundo sabe, las cumbres, minicumbres, ágapes, contubernios y conciliábulos forman parte de nuestra idiosincrasia. No hay nada que dé más placer a un gobernante que presidir un comité y cuanto más alto es el nivel o representatividad de dicho comité, más vanidad envolverá su rango. El caso es que la vanidad siempre viene acompañada de la propagada, el arte de engrandecer lo pequeño y simular las deficiencias.

Algo de esto, si no todo, tiene la dichosa Presidencia. Cuando la maquinaria se pone en marcha no hay quien la pare y acabamos todos envueltos en las miserias de este tipo de juegos malabares que se hace para entretener a las masas. Uno perdió hace ya mucho tiempo la esperanza de que los gobiernos gobiernen para todos y no para su feligresía. Y que lo hagan con un mínimo de sensatez y algo de sentido del ridículo. Desde la ignominia de la ubicación de la Junta y la Asamblea de Extremadura en Mérida hasta la del Tribunal Superior de Justicia en Cáceres, por no hablar ya de la Filmoteca a 90 kilómetros de una Facultad de Comunicación Audiovisual y donde se celebra el más importante Festival de Cine del oeste ibérico, no habíamos conocido disparate igual.

Resulta que en Cáceres se celebrarán reuniones comunitarias de alto nivel relacionadas con la sanidad, el patrimonio cultural, la cooperación transfronteriza y la mujer, dejando para Mérida el consejo de ministros de Agricultura. Nada que objetar salvo en dos: el complejo sanitario más importante de la región está en Badajoz. Con estrechas relaciones sanitarias con Portugal, haciendo de Badajoz, una vez más, líder en la cooperación transfronteriza tanto en lo sanitario como en lo empresarial, económico y sociocultural.

No entramos a valorar a Cáceres en estos dos aspectos pero, como poco, resulta sospechoso que Badajoz, de nuevo, sea condenada al olvido. Para algunos, no es suficiente la realidad de los hechos.