Ayer me desperté sobresaltada pensando en esta columna. Y no lo hice imaginando qué escribiría, sino observándome, de nuevo al otro lado, como lectora del periódico. En la misma actitud que tengo los sábados fríos en el mercadillo de Estremoz, a la búsqueda de una antigüedad preciosa. ¿Recuerdan cómo Forrest Gump citaba lo que decía su madre : "la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar". Un periódico también es una caja de bombones, un regalo capaz de hacerte ácida o dulce la mañana, y, como la vida, ambas cosas a la vez. Pensé después en la cola de madrugadores que esperan cada día el Periódico, a los que suponía, igual que hacia yo, echando una rápida ojeada a los titulares, primero de pie, incluso caminando. Que después, con el primer sorbo del café, exploran su interior, buscando un concierto, o una película, que venga a rescatarles de su rutina, y, finalmente, ya entrados en calor, apartando el plato con las migas del desayuno, lo despliegan del todo, revoloteando entre artículos, se detienen en una, como deslumbrados por un rayo de sol, pasan la página, siguen, pero vuelven la cara para ver qué les ha hecho entrecerrar los ojos, y a veces incluso, lo disfrutan, cerrándolos, dejando que les caliente esa inesperada luz. Imaginaba esta columna de los miércoles como una cita. Una consulta en mi despacho o mejor, un café juntos en el mismo sitio del centro donde desayuno siempre, y en el que, quienes van entrando, desgranan sus cuitas, van dándose "el parte": Los que han muerto ese día, lo espesa que está la niebla-, contando así y conformando también, sin darse cuenta, historias de nuestra ciudad. Me preocupaba también elegir un titulo que sirviera de carta de presentación. Barajé utilizar mi ex libris 'Festina Lente' - apresúrate despacio-, y que traduce la necesidad de hacer las cosas bien, con tiempo, mimo, dedicación, y que choca con esa rapidez asociada frívolamente con eficacia. Aprésurate, vivir sin perderse nada pero saboreándolo todo, despacio, como una onza de chocolate que se deshace en la boca. Pensé en 'Estación Terminus'. Veía pasar por mi cabeza las estaciones de tren de muchos lugares, la tristeza de los bares y de los hoteles circundantes los domingos por la tarde, espectadores de viajeros cabizbajos, otra vez lejos de sus casas, lugares también chispeantes de ruido y trasiego los viernes de reencuentros, las mañanas tempranas y frescas del verano, preludios de aventuras, de comienzos y de expectativas intactas.

Y al final me decidí por éste, jugué con una mujer en la frontera, palabras fronterizas-, porque la frontera es parte de nosotros, de Badajoz, y sobre todo porque es parte de mí, de quien mis amigos dicen que debería ser aduanera, para vivir en el justo medio, y que, como Pérez Reverte, siempre tengo una mochila preparada por si tengo que cruzarla. Porque mi vida ha transcurrido entre fronteras, la raya portuguesa que es mi casa, la frontera francesa, que cada año me da refugio en el verano. Porque en mi vida he soñado siempre con recorrer países, y cuando leo, los camino y exploro, países que conozco realmente y que reconozco en el cine, países que estudio por su arte, como señales o hitos en un mapa literario, arquitectónico-, y que me interesan por sus leyes, por sus avances, por sus gentes . Hay fronteras en nuestros sentimientos, en nuestros miedos, en nuestros hábitos, que nos amarran o nos protegen y sobre, los que es difícil decidirse, según el día, si nos atrevemos a traspasarlas o si luchamos para defenderlas de los que las asedian. Y hay otras Fronteras ideológicas, cuya existencia no se entiende o que es necesario demoler, fronteras que asfixian, fronteras que se levantan y reprimen, fronteras egoístas que impiden la igualdad, la libertad, la fraternidad.

Es cierto, la vida es una caja de bombones, pero también una frontera continua que hay que saber cruzar.