TAtquellos que en Badajoz o fuera de la ciudad se benefician del inmenso negocio que supone la prostitución deben estar removiéndose estos días en sus asientos. Los vecinos de la calle Joaquín Costa y aledaños protestan, y con razón, por las situaciones de inseguridad, ruido y desorden público que viven en sus propias narices; y se vuelve a hablar en los medios de comunicación de una realidad a la que nadie se atreve o quiere ponerle una solución.

En Badajoz nadie se ha creído, y menos la policía, que las mujeres que ejercen la prostitución aquí lo hacen libremente. Afortunadamente la Unidad de Extranjería de la Comisaría de Extremadura sabe muy bien por dónde pisa y tampoco hace falta ser un estudioso en la materia para saber que, hoy en día, la mayoría de las prostitutas son mujeres jóvenes e inmigrantes, sometidas por las mafias de blanqueo de capital y trata de personas. Y es normal que tenga miedo. Los tentáculos de un negocio que mueve miles de millones al año son muy poderosos. Y lo sabemos muy bien, incluso, los periodistas que en alguna ocasión hemos denunciado, con nombres y apellidos, a alguno de estos delincuentes.

Y mientras, el debate sobre la prostitución sigue siendo tan hipócrita y antiguo como la erróneamente llamada profesión más vieja del mundo.

En nuestro país la prostitución no es un delito si se ejerce voluntariamente; no obstante, en el Código Penal aparece tipificada la explotación sexual. Los que defienden la legalización de la prostitución lo hacen guiados por la intención de no dejar bajo tierra los abusos que sufren estas mujeres y por la necesidad de que se las considere trabajadoras con todos sus derechos. Sin embargo la legalización de estas prácticas de esclavitud y abuso también implica consentir y dar cobertura a esos delitos.

Y así las cosas la pelota se sitúa, como casi siempre, en el tejado de los ayuntamientos. Muchos de ellos han tenido que regular una actividad que crea problemas entre sus vecinos.