El albergue que empezó a funcionar en la calle Bravo Murillo para personas sin hogar para trasladar a las acogidas en el pabellón deportivo Las Palmeras durante el periodo de confinamiento, tiene en lista de espera al menos a 15 personas. El problema, según apunta la directora y trabajadora social, Mercedes Cruz Duque, es que muchos de ellos, si están en la calle, no tienen teléfono de contacto. Solo si van a alguno de los comedores sociales se les puede localizar. El centro, que gestiona Cáritas con fondos de la Junta, dispone de 20 plazas y desde el 25 de mayo han pasado ya 30 personas.

La secretaria general de Cáritas Diocesana de Mérida-Badajoz, Ana Correa, reconoce que los ingresos son más lentos «de lo que a nosotros nos gustaría». El protocolo de protección frente al covid obliga a que todos los que entran tengan la PCR hecha. Un sanitario del centro de salud se desplaza para hacerlas. La normativa determina que los nuevos ingresos permanezcan una semana en aislamiento aunque la PCR sea negativa. Inicialmente el albergue contaba solo con un espacio (con cuarto de baño) para aislar a los recién llegados, con lo cual solo se producía un ingreso por semana, pero han habilitado otros dos más.

En el Centro de Emergencia Social para Personas Sin Hogar II, que así se denomina, hay ahora 17 usuarios y una persona en aislamiento. La próxima semana entrarán otras dos. Es difícil permanecer tantos días encerrado. Hay aspirantes que no lo han aguantado y se han marchado voluntariamente. Correa asegura que hasta ahora no han tenido ni un solo positivo. «Se están haciendo las cosas bien respecto a los protocolos pero también es cuestión de suerte», reconoce.

En Las Palmeras permanecieron confinados pero de este centro pueden salir a la calle a diario. Cuando terminan el aislamiento firman un compromiso para las salidas, con normas durante el tiempo que están fuera del centro y para cuando llegan. En la calle saben que deben usar la mascarilla, mantener la distancia social y no ir a lugares que no cumplen con las medidas de higiene. Al regresar, se quitan los zapatos y van directos a la ducha. En las instalaciones tienen que estar con la mascarilla. «Les decimos que ahora que salen es mucho más importante que la usen aquí, porque a fin de cuentas no sabemos dónde ni con quién han estado», explica la directora. También se intenta preservar el distanciamiento.

Entre las camas hay un mínimo de metro y medio de separación. En el comedor se hacen dos turnos para tener mas espacio entre ellos. Ellos mismos limpian, con lejía u oxígeno activo.

Al cerrar el albergue de Las Palmeras, que llegó a tener 50 usuarios, algunos se trasladaron al Centro Hermano de Badajoz, otros al Padre Cristóbal y al de Don Benito, algunos encontraron pisos de alquiler y «otros se fueron voluntariamente no sabemos dónde». 13 se trasladaron a Bravo Murillo. Hay gente que vivía en las calles de Badajoz y también en pueblos del entorno.

Algunos tienen problemas con las drogas. La norma es que en el albergue no pueden consumir ni vender.

Lo que hagan en la calle no lo pueden controlar, siempre que no den problemas de comportamiento. Aunque cuando se detecta que lo hacen se habla con ellos. Dos personas han sido expulsadas por introducir sustancias.

A diferencia de este albergue, el Centro Hermano está enfocado a procesos de cambio largos en el tiempo, como la búsqueda de empleo, la tramitación de alguna prestación o el tratamiento de adicciones. Mientras que Bravo Murillo es «un centro de baja exigencia» donde no existe un límite de tiempo para la acogida, aunque se intenta motivarlos para que busquen otro tipo de vida. Es el caso de cuatro usuarios que están trabajando como pintores y si siguen teniendo empleo se irán juntos a vivir.

Además de un techo y comida asisten a talleres: de salud, bricolaje, videoforum y de habilidades sociales, que ha suscitado un interés inesperado. Dos veces a la semana celebran asambleas, como en Las Palmeras. Decidieron continuarlas «porque participan todos». Además, tienen seguimiento médico en el centro de salud de la zona centro y cuentan con una voluntaria del hospital. Que este centro de emergencia exista ha sido posible porque hay recursos relacionados con la crisis sanitaria.

"Si no viviese aquí, estaría en la calle"

Dice que no le importa contar su historia, aunque es de pocas palabras y menos explicaciones. Gerardo Cavanillas Adame es de Badajoz, tiene 54 años y es uno de los usuarios del Centro de Emergencias para Personas Sin Hogar II que funciona en la calle Bravo Murillo desde finales de mayo. Está ahí «porque vivía en la calle», desde hace «bastante tiempo». Tres años. No tenía ningún techo bajo el que dormir y acudía a los comedores sociales. A esta situación llegó por culpa de «la bebida». Gerardo tiene familia, que vive en Badajoz y que no se hace cargo de él «porque ya les he fallado muchas veces». Tiene dos hijos y para ganarse la vida trabajó de albañil, de repartidor de fruta y de vigilante. Pero, como él dice, la bebida lo echó a perder. En la calle se mantenía «de pedir». Cuando funcionó en invierno el albergue por la ola de frío, acudió «un par de veces». No más. Y el resto de las noches «en un portal, en una acera, en la calle». Lo ha pasado mal, «pero mal». Con la declaración del estado de alarma se trasladó voluntariamente al albergue habilitado en el pabellón Las Palmeras, donde asegura que ha estado «muy bien, me han tratado muy bien todos». Al cerrar Las Palmeras se reubicó en Bravo Murillo, donde dice que también se encuentra bien, «con unas normas que hay que respetar y ya está». Si no hubiese abierto este centro, «estaría en la calle». En diciembre sufrió un ictus cerebral y perdió la memoria durante un mes.

Estuvo mes y medio hospitalizado, pero se recuperó y asegura que no le han quedado secuelas. Ahora su plan es encontrar trabajo.