El tiempo en su discurrir circular nos sitúa de nuevo --afortunadamente-- ante unas elecciones y ante la posibilidad de oír, frente a frente, a los candidatos más fuertes. Es decir, en el caso de Badajoz, Miguel Celdrán , que se presenta a la reelección, y Celestino Vegas como aspirante.

La cosa no pinta bien. Cuando se está en el poder, por lo general, no se quieren debates. Quien ha llevado las riendas durante los últimos cuatro años no desea ponerse en la picota. Las encuestas le son favorables y debe pensar que nada saca con enfrentarse a quien anhela ocupar su lugar. Si el resultado parece estar atado, no tiene sentido poner la cuerda cerca de una tijera. Personalmente lo entiendo, pero no se trata de un asunto personal. Es democracia. Los electores tienen derecho a oír a quienes se ofrecen para gobernar su ciudad, para gestionar sus recursos; tienen derecho a tener la mayor información posible sobre los objetivos de cada uno; tienen derecho a detectar quién le parece más creíble. No es una tontería. Se trata del futuro de la ciudad en la que viven y de los servicios que se les ofrecen. Ser ciudadano no resulta gratis. Además de pagar impuestos y tasas tenemos que sufragar, por ejemplo, el sueldo del alcalde y, aunque solo fuera por eso, deberían acceder a presentarse ante nosotros los que aspiran a gobernarnos. Todo lo demás son excusas. Dice Miguel Celdrán que Celestino Vegas le ha insultado. Tiene razón, pero yo he oído también alguna expresión insultante de sus labios. Mal por todos. No son las maneras que me gustan, pero echar mano de ese argumento y negarse a un debate es un mero pretexto para no acercarse a la punta de la tijera.

En la pasada campaña tampoco hubo cara a cara, ni en la anterior, ni en la de antes tampoco, y no recuerdo que hubiera insultos a los que acogerse.