No puede ser puta porque es mayor. Está desesperada. Necesita dinero para sacar adelante a sus hijos. En la casa entra muy poco dinero y del marido ni habla. Llamó a un teléfono. No podía ni quería echarse a la calle. Era mejor que le proporcionaran un lugar al que acudir, una habitación en la que cobijarse. Pero tiene treinta y cinco años y es mayor. Me lo contaba un día de las pasadas navidades. No encontraba salida. Quizás acabe explotada por un chulo, en alguna esquina durante la noche, como la chica que vi cuando fui a trabajar el sábado, antes del alba. En las cercanías de la glorieta de los Tres Poetas, casi invisible en la espesa niebla. Desconozco sus circunstancias, qué fue lo que la llevó a pasar las noches despierta, a la espera de clientes con falda corta y tacones de aguja como pude entrever al iluminarla con las luces del coche, pero sí sé que eso no es vida, es supervivencia, y que necesita una oportunidad. Por eso está bien que se pongan en marcha programas sociales para ofrecerles alternativas, pero eso de las multas y los trabajos a la comunidad no lo veo tan claro. ¿De qué tienen que resarcirnos? A ellos, sí. A los clientes sí hay que multarlos. No habría putas sin puteros. Y en cuanto a los otros, a los que obtienen beneficios de la necesidad ajena, los proxenetas - los chulos de toda la vida - me encantaría que los detuvieran y encarcelaran, pero la ley no es clara, y campan a sus anchas, explotando y dando palizas en la oscuridad. La actividad más vil que puedo imaginar.

Pienso en todo esto al hacerse público el esbozo de lo que, sobre la prostitución, prepara el ayuntamiento. Es positivo que se esté trabajando en ello, pero habrá que darle más de una vuelta para que, aunque no sea ese el fin de una ordenanza, sirva de gancho al que estas mujeres puedan agarrarse. Y quisiera también programas preventivos, alguna alternativa para la mujer que me expresaba su desesperación porque era mayor para ser puta.