Aunque la octava de Espronceda se refiere a una relación sentimental, comienza el Canto a Teresa con unos versos que bien podemos aprovechar para el delicado asunto de la nostalgia y los recuerdos. «¿Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos del placer perdido…?». Y en esto estamos. Recuerdo aquellas tardes de domingo en Preferencia con Tienza corriendo la banda del Vivero o los partidillos que nos jugábamos en el campo de la Politécnica más allá de los Salesianos. Recuerdo el cine de domingo en los Maristas o, el de verano, tras la Memoria de Menacho, frente a la comisaría de policía y la oficina del carnet de identidad, donde venían de los pueblos en una furgoneta DKV.

Recuerdo La Estellesa, en Santa María de la Cabeza, y Leda, junto a la entrada de la cárcel vieja, que hoy es el Meiac, y a los presos de huelga en el tejado. No muy lejos, estaba la Cruz Roja, donde muchos pacenses hicieron la mili. Y los carros de combate de Menacho en la avenida de Villanueva, y la frontera de Caya, con su control de pasaportes, ir al médico en la L, operarme de la garganta en la Residencia, las inyecciones en Previsión, el edificio metálico en la plaza Alta, cuando llamábamos Castillo a la Alcazaba y el casco antiguo era el Lian Shang Po, los paseos en barca por el Guadiana, el merendero y la playa. Recuerdo a Ricardo Puente y a María Bourreliez dando clases en Zurbarán y, antes, a don Jesús Delgado Valhondo en General Navarro y a Manolo Pacheco en el colegio de médicos con su discurso de ingreso en la Academia. Recuerdo el primer beso en Castelar, las verbenas en San Francisco, el ciervo de Puerta Trinidad, Fashion y 29-92, La Mosca y el ZZ Paff, los pasteles de Alba y los bollos de la Cubana.

Nombres, lugares, momentos, emociones que han ido desapareciendo y, como escribió Flaubert, no pueblan nuestra soledad sino que la hacen más profunda. Han llegado otras personas, hemos vividos otras experiencias, hemos sentido nuevas emociones, pero la nostalgia es una losa pesada atada a nuestra alma mientras recorremos los caminos de un Badajoz eterno donde, que me perdone el Eclesiastés, cualquier tiempo pasado fue mejor. Vuelvo al paisano: «¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas/ de juventud, de amor y de ventura» y, parafraseándolo, yo que lo amaba todo. Nos hacemos pequeños mientras Badajoz sigue creciendo.