El 14 de junio del 2008 se colocó en la plaza de San Atón la escultura de Manuel Godoy creada por Luis Martínez Giraldo. Ese día, Badajoz, sus instituciones, saldaron una deuda histórica con el político pacense que más poder ha acaparado en la historia de España, que fuera primer ministro del rey Carlos IV. Godoy nació en 1707 en la calle Santa Lucía. Una placa colocada en la fachada lo recuerda. Pero a pesar de una trayectoria de éxitos, tan elevado fue su ascenso como rápida su caída. Murió en el exilio, denostado y arruinado, en París, en 1851, donde permanecen sus restos. Su tumba está en Père-Lachaise, un cementerio de obligada visita para los turistas aficionados a los camposantos, por ser el lugar donde reposan personales ilustres y de renombre, aunque en el plano que indica sus localizaciones no figure en lugar destacado la humilde sepultura de Godoy, cuyos restos el Ayuntamiento de Badajoz intentó devolver a la ciudad que lo vio nacer, pero desistió tras complicarse los trámites burocráticos.

Con la colocación de la escultura, el consistorio cumplía un compromiso adquirido dos siglos antes, cuando se acordó rendir un homenaje y levantar un monolito en recuerdo de Godoy. Aquel acuerdo murió en el olvido hasta que con la distancia que procura el paso del tiempo, la figura de Godoy se desprendió de la leyenda negra que lo persiguió más allá de su muerte y se sucedieron los reconocimientos, con discursos y alharacas. Coincidieron en aquel momento, además de la escultura y los actos institucionales, la publicación de la novela histórica de José Luis Gil La traición del Rey y un documental que devolvía al político al lugar que le correspondía. Todas estas iniciativas contribuyeron a que Godoy sea una figura más conocida en la ciudad y su escultura ha logrado que visitantes y autóctonos se hayan interesado alguna vez por quién es ese señor con naranjas en los pies que preside un lugar tan céntrico y transitado.

Esta semana se ha instalado en el bulevar de la avenida de Huelva, sin discursos ni alharacas por ser época de elecciones, la estatua del general Rafael Menacho, creada por el escultor madrileño Salvador Amaya. La iniciativa de dedicar una estatua de elevado porte al general que perdió la vida defendiendo la ciudad en la Guerra de la Independencia no ha sido de ninguna institución, sino que ha partido de la sociedad civil. En concreto, fue una idea de la Asociación Cívica Ciudad de Badajoz, cuya trayectoria se ha caracterizado por estar continuamente pendiente de las necesidades de esta ciudad y denunciar casi a diario sus problemas y deficiencias, así como de indagar en su historia y proteger su patrimonio. Han sido muchas las efemérides que este colectivo ha reivindicado que se rescaten y se incluyan en el calendario de celebraciones de Badajoz, a la que aún le queda un largo trecho para demostrar que está al tanto de la importancia de su pasado. Menacho tiene una calle, la más comercial, y un monumento en lo alto del baluarte, un aparcamiento subterráneo y hasta una base militar y ahora cuenta con una escultura en un céntrico paseo que suscitará la curiosidad de todos los que pasen a su lado o la vean de lejos. En su pedestal quedan recogidos los motivos de este reconocimiento y no habrá excusas para quienes aún desconocen las hazañas de este personaje al que, por cierto, también el Ejercito le está dedicando una exposición en el Palacio de Capitanía y del que Jacinto J. Marabel acaba de publicar un libro. Menacho regresa dos siglos después de su muerte y lo ha hecho para quedarse.