Decía Gandhi que «Lo mismo que un árbol tiene una sola raíz y múltiples ramas y hojas, también hay una sola religión verdadera y perfecta, pero diversificada en numerosas ramas, por intervención de los hombres». Hay quienes detestan la religiosidad, incluso quienes la combaten o se mofan del millón de maneras que las personas usan para acercarse a Dios y sus alrededores. Gandhi insiste: «La plegaria no es un entretenimiento ocioso para alguna anciana. Entendida y aplicada adecuadamente, es el instrumento más potente para la acción». El colmo de los patanes es cuando confunden religión con iglesia, iglesia con cristianismo, fe con beatitud y alma con nada. El galimatías es tal que prefieren una huida hacia adelante y negarlo todo por defecto o ridiculizarlo por exceso. Pero la religión forma parte de la historia, de la tradición y de la costumbre. De pequeño mi madre me apuntó en una Cofradía, hemos crecido comprando recortes de hostias sin consagrar en las Carmelitas, dulces en las Descalzas y ahora Santa Ana, o conociendo a gente que ha estudiado en las Adoratrices. Son historia de Badajoz colegios como las Josefinas, Salesianos, Santo Ángel, Maristas o Compañía de María y vivimos en barrios como Santa Marina, San Fernando, San Roque, María Auxiliadora o el Corazón de Jesús. Los dos comedores sociales de la ciudad son el de las Hijas de la Caridad y el de San Vicente de Paúl, sin olvidar el Asilo de las Hermanitas de los Desamparados. La patrona de Badajoz es la Virgen de la Soledad, que comparte fervor con la de Bótoa, en cuyo nombre se celebra una romería y, días más tarde, San Isidro, y el Patrón, San Juan, comparte historia con San José. No podemos olvidar a San Judas, que cada 28 de mes, reúne a lo largo de todo el día a miles de fieles. Ni al Seminario de San Atón, el Hospital San Sebastián o la Residencia del Perpetuo Socorro. Iglesias, santos, cristos y vírgenes completan la nómina de debilidades y advocaciones que forman parte del imaginario colectivo en Badajoz, al que se suman iglesias cristianas no católicas y una mezquita, que prueba su rica tradición religiosa desde tiempos pretéritos. Ahora, que llega el turno de las procesiones, vuelven, más vivas que nunca, las palabras de Walt Whitman: «Toda pulgada cúbica de espacio es un milagro».