Es normal exigir al ayuntamiento, puesto que es el encargado de velar por el acceso a los servicios de todos los ciudadanos. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es que cada uno campe a sus anchas sin respeto a los demás.

Así razonaba un vecino de La Luneta con el que hablaba sobre el malestar de las asociaciones de la margen derecha por la falta de atención municipal en algunos de los barrios que aglutinan. Tú qué piensas, le preguntaba, y él cogió carrerilla y no paró de hablar ¿El ayuntamiento?, claro que tiene que actuar, pero nosotros no ponemos nada de nuestra parte.

Me contaba y me contaba. Queman los contenedores, los reponen y a la semana vuelven a arder. Así no es posible.

Tiene razón, no es posible. En la esquina del colegio Santa Engracia, la gente sigue tirando allí la basura, haya o no haya contenedores, estén o no quemados. Les es más cómodo. Ahora sí hay, pero rebosan y algunos vecinos acumulan sus bolsas alrededor. Y allí están, en el suelo. Hay veces que es imposible pasar. Intento convencerlo de que no es porque esa barriada sea periférica, sino que esto de depositar la basura alrededor de los contenedores ocurre en muchas partes de la ciudad. Eso no le consuela.

En esa zona de Badajoz aún es costumbre que los vecinos, en las noches de verano, saquen sus sillas a la puerta de la calle para tomar la fresca y los que viven cerca de la esquina no pueden soportar un olor que les impide disfrutar de ese momento de asueto, de cerveza, abanico y conversación. Además, hay ratas.

No hay nada que le conforte. Está convencido que gran parte de lo que ocurre es culpa de la gente. Suspira y se deja embargar por la añoranza del padre Eugenio . Le respetaban. Hablaba con la gente y le hacían caso. Nadie se metía con él.

Eugenio ya no está, y no hay quien se atreva a llamar la atención a cuantos ponen la basura en el acerado o queman un contenedor.