El mayo del 68 acabó cuando empezaron las vacaciones de verano. Los padres reclamaron a sus hijos la vuelta a casa bajo la amenaza de no financiar su rebelión extrauniversitaria más allá del final de curso y la intelectualidad progre francesa, seducida por sistemas políticos que los años demostraron nefastos para la sociedad, sólo consiguió con sus afiladas plumas y estridentes megáfonos un puñado de espléndidos mensajes y el barrido electoral de un gaullismo al que pretendían finiquitar. La historia y la realidad combaten soflamas rancias pero sorprende ver cómo a la generación mejor preparada le faltan algunas lecturas y le sobran tics populistas. La democracia con apellidos siempre ha sido poco democrática.

Sorprende que nadie diga la verdad sobre una acampada festiva que pierde sus razones cuando se pone en manos de ideologías extremistas camufladas en maneras supuestamente humanistas y solidarias. Los panfletos, los eslóganes, las proclamas, quedan bien para el inventario pero el ruido sólo genera más ruido y la ruina económica que padecemos no se arregla incumpliendo los compromisos internacionales o saliéndonos del sistema. Islandia es una referencia ficticia y los mercados, un enemigo con el que hay que convivir. Más allá, el caos-o las asambleas populares que ya ni en Cuba se llevan. Dan escalofríos algunos mensajes, algunas compañías y, sobre todo, algunos portavoces que, desde la incoherencia y la contradicción, promueven todo aquello que detestan.

En el fondo, la spanish revolution es una impostura, una pose, que durará lo que tarden en llegar las temperaturas extremas o el desinterés de los medios de comunicación. Nunca en España se dijeron, por todos lados, tantas tonterías juntas pero lo más curioso es la respuesta internacional. Donde en el extranjero ven una primavera romántica, joven y revolucionaria aquí en España vemos lo que no nos atrevemos a decir pero que tiene mucho que ver con nuestra idiosincrasia y con ese modo de ser tan españoles, tan mediterráneos y tan de organizar un happening en cualquier esquina.

Mientras tanto, en Badajoz, por ejemplo, 63 de cada 100 personas han acudido a las urnas para demostrar que seguimos siendo mayoría los que, con todos los matices que se quieran, creemos en las reglas del juego.