TNto ha estado acertado el ministro. "Que Dios reparta suerte" oí decir a Margallo en la radio. Fue tal la fuerza con que su plegaria impactó en mi cerebro, que me frenó el ritmo de marcha. Aplanada, andando al paso, busqué cobijo en la sombra de un pequeño árbol. No era bueno, nada bueno que el ministro hubiera dicho eso, pensaba mientras estiraba los cuádriceps. Me sonó a miedo, a falta de confianza, al reconocimiento de que ya no hay ni más ideas ni más tiempo. Me pereció que había puesto nuestro futuro en manos del cielo. Que Dios reparta suerte, o lo que es lo mismo: la suerte está echada, hasta aquí hemos llegado, ahora confiemos en el poder celestial ¡Que Dios nos coja confesados! ya no podemos hacer más.

Con esa frase en la cabeza se encaminaba el responsable de exteriores a defender la Marca España. Que la suerte se reparta, como en Eurovisión donde quedamos los anteúltimos. Decía Margallo que fuera se nos aprecia, que somos el segundo país más valorado de Europa, y basaba su afirmación en datos, como ese otro que aportó en virtud del cual el paro juvenil bajaba del 57 % al 20 %. "Que Dios reparta suerte". Desconfianza y miedo me transmitió el ministro con su plegaria. Si él no se fía, nosotros ¿qué hacemos? Si el gobierno recurre a lo alto, ¿a dónde recurrimos los gobernados?, los que llevamos medio lustro sufriendo la imparable rebaja del estado del bienestar, los que tenemos ya cuellos de jirafa por el prolongado intento de ver la luz tras el horizonte, los que hemos enfermado de paranoia tras año y medio de consejos de ministros. Los gobernados corremos el riesgo de quedar paralizados por el terror en mitad de la marcha, de darnos también por vencidos, de buscar una sombra, por minúscula que sea, y permanecer allí quietos, cobijados.

Pero no. A Dios rogando y con el mazo dando. Nada de suerte ministro. Espero que haya sido una frase mal elegida por las prisas y el directo, una gracia poco graciosa, y espero también que su plegaria no llegue a oídos del mundo. Sería malo para España y su marca. El gobierno no puede mirar al cielo, sino a la tierra para poder vernos.