TEtsto de los ricos es bastante complejo y cambiante. Para empezar, nadie se pone de acuerdo en determinar cuál es el límite por encima del cual todos son ricos. Hasta el fisco, que es un tipo listísimo, tiene problemas en delimitarlo. Solo la lista Forbes aclara el asunto. Pero, la verdad, tampoco mucho, porque para decir que el Amancio de Zara es rico no hace falta reflexionar en demasía. Eso estaba cantado, igual que lo de Gates o lo del dueño de las maletitas Louis Vuitton. Lo preocupante está en saber de los ricos no oficiales que deben de ser un montón, pero escondidos. Porque, vamos a ver, el dinero es una cosa parecida a la energía, que no suele destruirse sino que se transforma, es decir, que cambia de manos. Y todo lo que llevamos perdido en este trienio crítico, en realidad no está perdido, sino en otros bolsillos, a saber cuáles. Hay quien dice --incluso Ikea-- que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, pero esa manera de encontrar ricos tampoco parece muy eficaz. Tiene la dificultad añadida de delimitar necesidades además de dinero, con lo cual ni el fisco sería capaz de enterarse. Luego pasa que algunos ricos se enmascaran como si les avergonzaran sus propiedades, disimulan y se hacen los pobres. Ponen cara de lástima, conducen un corsita de la década de los 80 y nunca invitan. Señalan los economistas hacia nuevas riquezas: que si los chinos, que si los indios, mas eso es alejar el problema. Como si te crees que todos los pobres son los que salen en la tele sin ropa y con moscas por la cara. Aquí hay muchos pobres aunque no lleven moscas pegadas y traten de pasar desapercibidos. Van en aumento. Y ricos ocultos también, sin ser de los países emergentes. Lo que pasa es que juegan al despiste. Como las monjitas cistercienses. Ahí las tienes, parapetadas tras un voto de pobreza, dedicadas a la oración. Han tenido que llegar los ladrones para descubrirnos la verdadera riqueza que guardaban en los armarios. Toda en billetes de 500.