Una de las cosas que siempre me ha sorprendido de Badajoz es su indiferencia ante el Guadiana. Vive de espaldas a él y no hay campaña, tampoco es que sea mucho, ni mirada institucional que consiga variar la situación. Dicen los que de verdad conocen la ciudad --ya saben que yo no soy de aquí-- que no siempre fue así. Que hubo una época en la que los badajocenses se bañaban allí. En la que había un pequeño muelle con barcas para pasearse por sus aguas y que estas pequeñas embarcaciones eran la expresión última de otras más grandes empleadas antaño para transportar cargas de una orilla a la otra.

No me extraña la pérdida de protagonismo de nuestro río, aunque en años como el actual, cuando la lluvia es muy abundante, demuestre su poderío e impresione por su caudal. Pero no me gusta que las cosas sean así. Toledo presume de Tajo, a pesar de lo contaminado que baja, y no digamos Sevilla. En la capital andaluza el Guadalquivir ha pasado a la categoría de género literario. Y Badajoz, que podría con justicia, alardear, ni se acuerda del Guadiana. ¡Qué pena!

Sin río nuestra ciudad nunca hubiese existido, a pesar de estar sin puente hasta comienzos de la Edad Moderna. Se cruzaba vadeando o en barca. Los viajeros árabes hablaban de él. Cuando Badajoz fue capital de un reino era un protagonista destacado de la vida ciudadana. Y los poetas lo cantaban, porque tenían conciencia de su importancia. Ahora no. Ahora fluye desapercibido, como si no sirviese para nada.

Tiempo es, cuando se está rehabilitando una de sus márgenes, de devolverle su importancia. No sé muy bien cómo, pero se me ocurre que lo primero sería recuperar su antigua condición lúdica, a mí me gusta ver barcas navegando por las aguas tranquilas. Y haciendo que sus orillas vuelvan a ser un lugar de esparcimiento para todos y no sirvan sólo para albergar botellones adocenados. Quizás sea cosa de más de una administración, pero me encantaría que el Guadiana recuperara su antiguo protagonismo. Se le cuidase y pudiéramos disfrutar de él. Y no como ahora.