Anda la ciudad inmersa en una romería inquieta y surrealista de acontecimientos dispares y complicada exégesis. Los palomos colorean balcones, la Caravana casi quedó en nada, Wyoming en el Cristo o en el Mercantil y sobre el escenario el acuático Falete, la irreverente Bebe o la neumática Soraya. Por La Paz, unos campamentistas quieren representar la dignidad de la sociedad, olvidando que el 97% de esa misma sociedad paga religiosamente hipotecas y alquileres. En Madrid, unos payos intentan asaltar el Congreso, como Tejero, pero sin bigote y poniendo piedras (y algo más) en las cartucheras.

En Mérida, entre escraches contra menús de seis euros y el juego de las sillas, a vueltas con una renta básica que cuando no existía nadie la pedía y cuando se aprueba resulta que quieren más. En algunos ámbitos, incluidas columnas periodísticas y redes sociales cariacontecidas, parece como si se clamara por un estallido social. Hay quienes tanto quieren poner a España del revés que no se dan cuenta de que ellos mismos serán arrastrados por el tsunami que reclaman bajo la argucia que no excusa o argumento certero de la regeneración social. La regeneración empieza por no arrogarse una autoridad moral impostada, robada o disfrazada para esconder miserias personales, empresariales o biográficas. La regeneración empieza por quienes la exigen. La gente tóxica de la que tan atinadamente nos habla en su libro Bernardo Stamateas nos rodea con facilidad y malas intenciones. La romería son los paletos que nos hacen la vida imposible y los alborotadores que se convierten en foco de interés mediático y, como lo saben, alborotan como ejercicio cotidiano. La romería son discursos de amenaza y el apocalipsis de las cifras, pretendiendo pescar en aguas revueltas para imponer, no con votos sino a la fuerza, aquello que de forma tan sosegada la sociedad les niega.

Pero hay otras romerías, la de Bótoa, por ejemplo, que al coincidir con el día de la madre, todo lo dulcifica, incluso el algo huele a podrido en España. Y me acuerdo de Angel Campos y su "semilla en la nieve", para escribir de su madre, para sentir la nuestra en sus poemas: "dime que aún nos quedan/ otras palabras tuyas/ que si las dices/ despertarás al mundo". Sus palabras, las de una madre, sí que son sabiduría, sí que cambian el mundo y no toda esta romería de escombros y fatuidad que nos envenena.