Las Españas están soliviantadas, enardecidas, cariacontecidas, batallando en mil debates, sacando a la luz todo su potencial dialéctico para poner sobre la mesa argumentos, análisis, interpretaciones y radiografías que pretenden ser originales, contundentes y definitivas. En cada español, hay una opinión; en cada opinión, un juicio; en cada juicio, una sentencia. Nadie se da por vencido ni se declara incompetente. Por todas las ciudades y pueblos, por la montaña y el litoral, en los restaurantes, en las barras de bar, en la peluquería, en la cola del pan, en las oficinas, en el andamio, tras el mostrador, frente a la máquina del café, en la parada del autobús, en la consulta del médico, incluso en el tanatorio, nadie pierde la oportunidad de dar rienda suelta a todo lo que sabe y entiende, a cuanto ha vivido y experimentado, a lo que sueña y supone, a lo que lee y escucha. Es el momento de intentar convencer, de querer llevar la razón, de imponer a toda costa criterios universales que solo están al alcance de sus privilegiadas mentes y sus profundos conocimientos. Toda la vida ha sido igual, pero la posmodernidad ha amplificado la vieja tradición de mantener viva la porfía, de animar el fuego de la discusión, de enervar los ánimos, de pontificar hasta la extenuación. Somos indomables, incólumes, intensos y perseverantes en la titánica misión de llevar al contrario hasta el rincón, de ponerlo contra las cuerdas y que acabe aceptando que nuestra fortaleza y nuestros argumentos son la verdad de Dios. Instalados en el verano, primero hemos de concluir cuales son los diez platos españoles más típicos de la estación y, después, decidir si la tortilla de patatas ha de llevar o no cebolla, si aceptamos conejo en la paella o pepino en el gazpacho, si el pulpo es a la gallega o a feira, si el salmorejo no es más que una moda, si la escalibada es con b o con v, española o catalana, si el salpicón de marisco es demasiado vulgar, el melón con jamón una horterada y, por supuesto, si la ensalada mixta alguna vez tiene límites en sus ingredientes. El poeta persa medieval Muslih-Ud-Din-Saadi escribió en su libro El jardín de las rosas que “si discutes mucho para probar tu sabiduría, pronto probarás tu ignorancia”. Y es posible, entonces, que uno se pierda un buen picadillo con mejor aceite y tomates de la tierra.

* Periodista