El año en que los miembros de la 'La Mascarada' iban disfrazados de brutos, les llamaron para cantar a la cafetería de un conocido centro comercial de la ciudad de Badajoz. Y que, para llegar a la cafetería, subieron varias plantas corriendo y saltando --cual manada de becerros-- por las escaleras mecánicas de bajada en lugar de por las ascendentes. Y que, ese mismo día, cuando llegaron a la planta de menaje del hogar, se sentaron en torno a una mesa perfectamente decorada y comenzaron a corear con brío: "¡Queremos comer, queremos comer!"

Uno de los componentes de la murga no pudo salir a actuar el año en que iban caracterizados de cacos. Y que, como sí podía acompañar a su murga por los bares, quiso hacerse el disfraz. Y que este componente, a pesar de no salir a cantar en el teatro y salir sólo por los bares, se metió tanto en el papel que fue rebañando todo lo que se le puso a tiro, siendo especialmente recordado --por lo sustancioso-- el botín que consiguió durante un viaje en el que la murga actuaba en La Zarza.

A sólo quince minutos de saltar a las tablas para presentar al público su actuación de indios, el componente que tocaba la flauta en la presentación de ese año se dio cuenta de que se la había olvidado en Almendralejo. Y que tuvieron que recurrir a una amiga de la murga (Carmen, de la comparsa 'Infectos Acelerados') que consiguió una flauta, y logró acceder al escenario, después de correr entre bambalinas, haciéndoles llegar el instrumento justo un instante antes de que se subiese el telón.