Suavemente se iban posando en la superficie del agua siendo arrastradas con prontitud por la corriente. Puñado a puñado iba soltándolas hasta quedar vacío el saco. Apoyada en la barandilla del puente cavilaba sobre la imposibilidad de recoger las plumas que el río se había llevado. Esta imagen permanece en mi mente desde que, en la infancia, me alertaron sobre la grave responsabilidad en la que incurrimos cuando jugamos con el honor de las personas. Río, puente, saco, plumas y la mano aventándolas, han vuelto hoy a conjurarse.

Marta Domínguez es inocente. Muchos fueron los que se apostaron en la baranda, lanzando puñados al aíre. El honor de la atleta se lo llevó la corriente. Todos son culpables. Los que levantaron el escándalo y los que le dieron pábulo sin cuestionarse nada. El editorial de un periódico deportivo entona el mea culpa. Ya está. Qué más puede hacer me preguntarán. Las plumas se las llevó el agua. Siete meses después quién puede recogerlas, juntarlas y volver a llenar el saco de su fama. Nadie, siempre quedará algo. Es imposible retroceder a la situación anterior, e imposible es reparar el daño que se le ha causado.

Es el momento de volverse contra los que llevaron a cabo la investigación e invadieron la intimidad de su vida y su casa, pero soy si cabe más crítica con los medios de comunicación, ávidos de primeras planas y de ataques apresurados. Nos salvaguardamos los periodistas intercalando el consabido ´presunto´ y haciendo llamadas a la presunción de inocencia. Intercalados y llamadas huecas que solo tienen como fin cubrirnos las espaldas.

¿Qué más pueden hacer? Con el mea culpa no basta. Hace falta el propósito de la enmienda. Lamentablemente estoy segura de que eso no ocurrirá. No aprendemos. Nos lanzamos como buitres sobre lo que creemos carroña. Luego, con un editorial pretendemos acallar la conciencia. Llagarán otras Martas. Ya estamos ante el pretil, esperando un nuevo saco que vaciar en la corriente.