Los acontecimientos debieron transcurrir, para los protagonistas, con extrema rapidez. En Madrid habían quedado, después del 18 de julio, solo una parte de los funcionarios dedicados a la preservación del Patrimonio -archiveros, bibliotecarios, arqueólogos, arquitectos, restauradores, etc.-. Los demás, en la zona sublevada. La administración republicana -hablo, por ahora, solo de ella- hubo de improvisar nuevos organismos sobre la marcha, porque los numerosos tesoros artísticos de la capital del Estado corrían un peligro inminente. Comenzó el asedio y los bombardeos terrestres y aéreos y todos los esfuerzos y las colaboraciones desinteresadas para proteger esa riqueza eran pocas. Todo eso es conocido y, con mayor o menor detalle y diversos soportes se ha contado ya. El alzamiento se produjo cuando la mayor parte de las clases sociales más altas estaba de vacaciones. En la capital quedó la clase trabajadora y, entre ella, la nutrida cifra de funcionarios de las administraciones central y local. Entre ellos había de todo. Parecían fieles a la República, pero algunos, muchos, no lo eran y habían de disimularlo. Por desafección les amenazaba la cárcel o el pelotón de fusilamiento, en no pocos casos. Y, en los primeros y confusos meses, sin pasar antes por tribunal legal alguno. De la calle a la checa y, de ahí, al paredón. Para bastantes la cárcel oficial era casi un privilegio y, en general, una esperanza de salvación. Pero, en cualquier caso, los partidarios de los sublevados comenzaron a moverse sigilosamente, poniendo trabas y boicoteando en sus trabajos, primero; organizándose espontáneamente, después. El nombre de Quinta Columna se lo endosó el rebelde general Mola. Fue una bravuconada que provocó una auténtica crisis de histeria entre los asediados y costó, inútilmente, muchas vidas. Y, por supuesto, esta situación también alcanzó a los funcionarios encargados de custodiar el Tesoro Artístico de la nación. No pocos comenzaron a conspirar contra sus superiores y contra la República. Al principio de forma individual, nadie se fiaba de nadie. Luego, según se iba teniendo certeza de la conducta de los compañeros, creando redes bien organizadas y estructuradas. Ahí voy.

(*) Arqueólogo