El cómo ha pasado el tiempo tan rápido se formula normalmente en Navidad, en los cumpleaños, y yo ahora. El cielo está plagado de luces. Hace fresco y al entrar en casa a por una rebeca veo la necesidad de quemar en una hoguera el material de desecho acumulado. La carga de este año es tan pesada como la grasa que obstruye las arterias, tan peligrosa e imposible de sostener como un enfermedad crónica que se descuida y no se atiende. Convocar a los amigos para quemar lo que nos estorba parece una idea sanadora. Simbolizar que desaparecen en las brasas el sufrimiento de muchos, la desesperanza de tantos, debe ser como un día de limpieza general, como airear las sábanas. Qué placer echar al fuego la distancia que nos separa, las noches insomnes, los afanes desbocados. Las lágrimas mal lloradas, ocultas, tragadas. Las desbordadas sin consuelo, solas. Las comidas sin fuego lento, apresuradas, las malas lenguas, los días que pasan sin llamar a tus padres, sin tocar en la puerta a tus vecinos, de no leer los artículos de los periódicos que se apilan una semana tras otra en la cocina. Los olvidos. Los veranos que llegan sin el viaje que imaginabas. El ejercicio, el yoga y el paseo siempre aplazado. Los sábados sin fuerzas para ir al cine, para salir. La pereza. La rutina. Las prisas, todas. Los trabajos ingratos. La taquicardia. La fruta que se nos olvida comer. El inglés mil veces pospuesto. El desamor. La ausencia. La incertidumbre. El desgaste. La enfermedad. La muerte. Es el único instinto incendiario legitimo que deberían expedirnos antes de irnos de vacaciones, junto con el recordatorio sobre la revisión del coche y los consejos para evitar los golpes de calor. Qué mejor que una gran fogata bajo el Camino de Santiago, un buen vino y reír con ganas, con la boca y la garganta abiertas. Brindar por estar juntos. Por los que amamos, por los que añoramos, por los libros divinos que nos hemos bebido, Por levantarse, otra vez. Por la música que nos hizo volver del revés lo que parecía un día gris al canturrearla en el semáforo, y bailar, incluso mientras cocinábamos un martes, Por estudiar lo que te gusta. Por poder pagar la hipoteca. Por las pelis antiguas, por los platos exquisitos y por los que nos hicieron chupamos los dedos, Por la estremecedora satisfacción de terminar un buen trabajo. Por un buen trabajo. Por el viaje inesperado que descansó nuestro pobre cuerpo y le guiñó un ojo al alma, por un café perfecto, espumoso, humeante que te entona la mañana y te calienta el corazón. Por la salud, por las enfermedades superadas y por los dolores que duelen menos, por los hijos que crecen, por los adorables niños que fueron. Por haber sabido ayudar. Por la búsqueda. Por lo nuevo. Por la chispa. Por los encuentros. Y también, por qué no, por las columnas escritas con parsimonia y cariño, que pretenden salvarse de la quema.