TEtra una frase bélica que dijeron algunos importantes guerreros para ganar sus guerras: Garibaldi, Roosevelt, Churchill . Gente célebre, queridos y seguidos en su tiempo, cuando había estadistas brillantes, antes de que los más catetos de la clase se hicieran cargo de los parlamentos. Será porque nos faltan, será porque estamos medio idiotas, el caso es que las sociedades de hoy convertimos en ilustres a otros tipos. Nos gustan los estúpidos que salen en TV y los cotillas morbosos, pero nada comparable al éxtasis que proporcionan últimamente los deportistas. Esa Roja, ese Nadal , ese Contador , ese Alonso -Tanto, que si el deporte no te llama --a servidora le ocurre-- eres un apestado social. Si llegas a la cumbre, a la élite, serás un icono, un ídolo bien amado y mejor pagado. Por eso no es de extrañar que muchos lo intenten y se dediquen a ello con ahínco. Sin embargo, sucede como con todo y siempre queremos más. A los teletontos les exigimos morbo cada vez más picante, a los del deporte, éxitos sin fin. No vale con batir un récord, hay que batirlos todos. No es suficiente ganar un bronce o una plata, es necesario conseguir el oro. Y ellos tienen que ser consecuentes. Así que toca esforzarse. No digo yo que no requiera esfuerzo mantenerse en el candelabro mediático contando necedades, pero habrá que reconocer que ir a por el Tour o a por el oro machaca un poco más. Y ahí están ellos, al machaque, al sudor, al empeño por ganar sus guerras: competiciones, pruebas, carreras --¿también dinero?--. Incluso admitiendo la nobleza intrínseca del deporte, cuesta comprender ese empeño, ese descomunal esfuerzo para sobrepasar límites humanos. Alguien, no solo ellos, les está pidiendo sacrificios en exceso. Tanto que al sudor, al esfuerzo y a las lágrimas han añadido demasiada sangre. Sangre en bolsas de plástico. Sangre carísima, medicada. Vaya manera de ganar esa guerra. Por si acaso, prometo que en todo 2011 tampoco pienso acercarme al gimnasio de la Granadilla.