Ya está aquí, «nadie sabe cómo ha sido». Los días se despiertan perezosos, blandos de brevas. Guardan la energía en el dobladillo, entre sus costuras. Como las mujeres escondían el dinero en el sostén. Caminan por el lado de la sombra. Hacen acopio de luz. Reservándose. La ciudad parece prendida en un caer la tarde, lento y dorado, que la detiene casi. Ensimismada, mirándose el río. En el río. Dejándose morir un poco cada vez, alejada de sí, hacia Portugal, en un punto de fuga que la retiene un instante, que lo refleja todo. Un espejo de Velázquez. Y de repente, la música se desparrama sobre las murallas y el perfil de la noria nos engalana los ojos, despertándonos a una noche perfumada del calor de nuestra infancia. La feria. Se pronuncia con acento de aquí, con un Badajoz sin z. Forzando ese aire de desaliño, del que no le importa que le sorprendan sin arreglar.

Feria es una palabra mas cómoda que fiesta. Mas chica. Sabe a churros, a pinchitos morunos, a tinto de verano, a vuelta a casa. Fiesta suena a mayúscula, a tacones y a Audrey Hepburn bebiendo cócteles al ritmo de Mancini. No pega. No hace juego con estos días que acogen sin forzar, de verdad, sin disimulo, ni pudor, igualitos a los achuchones que dan las abuelas cuando hace tiempo que no vas de visita. De alegría. El espacio entre San y Juan se recorre en barcas del Guadiana y en los oh que explotan con los fuegos, llenando de palmeras aladas la Alcazaba y la memoria. Un intervalo unido por puentes que enlazan el comienzo de las vacaciones con quienes fuimos. Es el mismo y otro cada vez. Crece con nosotros y esta lleno de cacaharritos y nubes de azúcar, de besos a la novia y tiros de escopeta y ruido de tómbolas, de toros a las 5 y de volver con la camisa fuera y el andar vacilante, viendo amanecer. De todo eso, de todos, está cuajada la distancia que lleva su nombre; por eso lo nombramos seguido, tan uno que puede andarse sobre él, como en el mar de Galilea. Como en las hogueras que, en la noche del 24 y en la del Solsticio, se pisan, se saltan, para quemar trastos viejos, y penas viejas hasta no dejar rescoldo; solo un comenzar limpio, una mañanita de San Juan, una radiante pureza.