TLto mejor del futuro consiste en su misterio, en la sorpresa que lleva dentro, cerrada y envuelta en regalo de reyes. Nosotros, que a veces parecemos idiotas, nos obsesionamos en desvelar el secreto del porvenir con esa estúpida costumbre de comenzar el año haciendo propósitos. Los propósitos, al fin y al cabo, son solo empeños para torcer lo inexorable o, lo que es peor, intentos hacia la clonificación absoluta, todos cada vez más parecidos. Eres gordo, como tu familia y antepasados, como el primo Alberto que es Gordito Relleno. Pero te obsesionas con el tipo --al igual que la mayoría-- y cuentas a todo el mundo y a ti en tono muy serio que piensas adelgazar sin pausa en estos meses que se avecinan. Encima, a tus cuarenta o más, no sabes inglés --no eres el único-- y no lo echarías nunca en falta si no fuera por el maldito merchandaisin y algún pijo borde que suelta frases en aquel idioma, porque viajar, lo haces más a la Riviera maya o en grupo y con guía. Sin embargo, te empecinas en que tu obligación de habitante global es largar pijadas en inglés y lo pones en tu lista de objetivos anuales. Da igual que seas inútil para las lenguas o si en el instituto no pasaste del yes aiam. Necesitas desesperadamente estar delgado y en inglés como todo el mundo y, para conseguirlo, responsabilizas de tus acciones a este dos mil nueve que no tiene la culpa de nada e ignora todo de ti, de las guerras que vendrán o de los ciclones que rondarán al Caribe de tus sueños por agosto, cuando la biosfera se insubordine y dé otra bofetada al ya tradicional cambio climático. Reconócelo: eres igual a quien eras y lo serás aunque sucedan los años y desplacen cada vez un punto más a tu cinturón. El tiempo pasa, mas hay cosas innegociables con el destino, así que mejor no empieces el año con propósitos: evitarás el ridículo. Tampoco escribas carta llena de deseos a los Reyes: no existen. El futuro tiene derecho a cargarse de secretos. Y a desvelarlos cuando toque, sin tu participación.