Septiembre es el olor del mar que ya va quedando lejos, el aire de la montaña que nos permitía dormir abrigados y que en los meses venideros no se irá del todo, el viento del pueblo y sus fiestas y sus recuerdos y sus reencuentros. Septiembre es como estar en primavera, sentir la cuesta de enero, nadie nos lo roba como el mes de abril, es mayo sin alergias, junio sin feria, la playa que se vacía, los días que se acortan, la luz que se apaga. Septiembre es cuando cumplen años los hijos del invierno, los que fueron concebidos en el frío, quienes proceden de las noches más hermosas cuando las estrellas vienen todas de Belén y son pensados entre magia, sabios y regalos. Septiembre huele a uniforme, pespunte y bastilla, a material de papelería y libros recién impresos, a goma de borrar y lapicero, a colonia de estreno y zapato nuevo. Septiembre huele a curso y profesores, a aulas y compañeros, a amigos que regresan y a los que se fueron, a horarios interminables y actividades extraescolares. Septiembre huele a racimo de uvas y a membrillo, a hojas caídas y versos de otoño, a atardeceres que cada día son más pequeños y nos cogen la delantera. Septiembre es colegio e instituto, el miedo a la Facultad, la vuelta al trabajo, la bendita rutina de los días y el ruido del mundo que nos acompaña. Septiembre empieza en blanco, suma el verde y después el negro y hace que Badajoz sea en Extremadura, con sus encuadres y colores, con la psicología de sus personajes y el ansia de sus proyectos y valores, un universo en verde, blanco y negro donde Marwan sigue enseñándonos a ser rebeldes. Septiembre es el beso que no llegó en verano, la mirada que se estrena después de tanto tiempo a ciegas, esas manos que se te acercan para decir, al fin, te quiero, cuando ya habías arrojado la toalla, porque el amor y los afectos y los acercamientos son en septiembre la religión de un mes que combina a la perfección un libro de texto con la ilusión de tener todo un curso para entenderlo. Septiembre es una luz tenue, un poema inacabado, un cuento aparcado, un sueño pendiente, una cita apresurada, alguien que conoces, alguien que recuperas, alguien que despides porque ya no lo quieres en tu vida, es el mes donde la tierra te llama para que decidas si quieres ser barro de artesano o ciénaga. Septiembre es un mes perfecto para apagar velas.