Y la imagen de las hojas crujiendo bajo los pasos se instala de inmediato. Forma parte tanto de nuestra memoria como de un imaginario envuelto en una confortable rebeca de cachemire. Es solo una idealización cinematográfica, una estrofa de 'September Of My Years', que cantara Sinatra, porque la luz excesiva continúa, inclemente, asolando los geranios que no sobreviven casi y el verano parece, como cada año, alargarse in eternum, dejando exhaustas y sin sueño sus noches sudorosas. Pero pronunciamos las sílabas inconscientemente, con nostalgia, y haciéndolo planificamos tareas para el próximo fin de semana: De los armarios, con olor a naftalina camuflada bajo el de la lavanda, se sacan las mantas más delgadas y se dejan, tímidas, a los pies de la cama, dobladas pero a mano, en el brazo del sofá, dispuestas a consolar las tardes que no se resignan a acortarse. Perezosamente llevaremos al trastero las sillas plegables de rayas azules, la sombrilla, dejándola cerca de la puerta por si el veranillo de San Miguel la regresara a la vida. Comprimir en cajas, con la etiqueta "verano", los bañadores y el recuerdo salado de las siestas indolentes a la sombra de un libro, vencido por el sopor del vermut y el ronroneo del ventilador. Descubrir en los quioscos los números uno de los fascículos: la construcción de una goleta que desplegará sus velas y nuestro hambre de mar; los personajes de Tintín que provocaran la sonrisa juguetona, limpia; el manual para ser la mejor repostera, que abrimos como la puerta del horno, para reconfortarnos con el perfume caliente de las galletas de canela y gemgibre. Demorarnos en el escaparate de las librerías que estrenan, presumidas, el uniforme de la nueva temporada y nos muestran, a un lado las nuevas publicaciones, tesoros para llevarnos, de nuevo, lejos; y al otro lado el muestrario escolar que afila la avaricia de poseer más lápices del número 2, cuadernos tan preciosos que nos resistimos a usar, clasificadores de cartón marrón que huelen a pasado para ordenar por fin las entradas del musical de Londres, el menú del restaurante de Aranda del Duero con su cerco de vino y su sabor impreso a lechazo crujiente, la postal que llegó a un buzón sorprendido, solo acostumbrado a las facturas, desde el otro lado del océano... Vaciamos maletas mientras suena Frankie: "Y me parece que estoy sonriendo suavemente mientras se acerca septiembre, el tibio septiembre del mis años".