TBtajo la denominación de servidor público cabe un montón de tipos. Hasta el rey y la gran familia que le acompaña en sus regatas lo son. Digamos que lo son todos los que cobran un salario a costa de los impuestos ciudadanos. En contrapartida un servidor público debe trabajar para el bien de todos y no pasarse el rato medrando por ahí, haciendo tonterías o creyéndose el más chulo del barrio. También en esto hay muchos rangos y niveles. Desde alta gama como la casa real, presidentes varios, ministros, consejeros y altísimos cargos --de altísimos salarios-- hasta el escalón inferior que ocupa una masa de gente de paga exigua pero segura. En el medio, una retahíla de directores y cargos varios. Los hay estúpidos, mediocres y algunos eficaces, independientemente del puesto que ocupen. Puedes ser un ministro idiota o un limpiador de ministerio imbécil, tontos los hay en cualquier lado. Igual ocurre con los decentes, uno puede llegar a presidente u ocupar el puesto de la centralita telefónica en fomento. En todo caso, es un empleo serio por el que se debería rendir cuentas. Un tío de estos te puede machacar con cualquier ocurrencia tonta. Por eso está muy bien vigilar su conducta, publicar sus bienes y cesarles cuando se ponen en plan sinvergüenza. Se hace a veces con los de arriba pero nunca con los otros, quienes, sin embargo, pueden ser mucho más peligrosos. Total, que te suba el IVA un tío, te da rabia, mas se olvida. Lo peor llega con los servidores públicos cotidianos, de quienes depende la gestión de lo importante: tu casa, tu coche, el cole de los niños. La mayoría ni siquiera sabe que es un servidor público y le debe deferencia al ciudadano. Ahí, el inútil se convierte en maldición del ciudadano. Imagina que tropiezas con el agente más chulo de la policía local: coloca máxima sanción, te amarga la semana, te desprecia, y, si respondes, te amenaza o te lleva a comisaría, donde a otro estúpido le contará que eres un peligro. El auténtico servidor.