Ya he llamado la atención a un paseante y a una corredora. Me temo que no serán los últimos, porque creo que me estoy obsesionando. No puedo entender que a estas alturas de la pandemia y de la vida en general, haya tantísima gente que aún no tenga metido entre ceja y ceja que hay que andar, caminar, correr y circular por la derecha. No hay manera. Es una norma básica de urbanidad que se aplicaba antes y que ahora se ha convertido en obligación incuestionable para intentar garantizar la máxima distancia de separación entre dos personas que se cruzan en un mismo carril, un sendero o una acera. No recuerdo que nadie me enseñase este gesto tan simple, ni que formase parte del temario de ninguna asignatura, ni que necesitásemos una charla de un especialista en horario escolar. Es pura lógica y simple sentido común.

Cómo es posible que haya tantos que no lo saben o no lo hacen de manera mecánica o les da igual y pasan. Van por el medio, como si tal cosa. Es una regla tan sencilla y práctica que si todos la respetásemos el trasiego de multitudes sería mucho más ordenado y no obligaría a quienes realmente respetan esta norma a transitar en zig-zag y a dar varios pasos a la izquierda cambiando la trayectoria cuando comprueba que el que se le viene encima no tiene intención alguna de arrimarse a su derecha.

Esto es un sinvivir. No hay más que darse una vuelta por el parque de la margen derecha del Guadiana en los tramos horarios permitidos para hacer deporte o pasear. O por el paseo Fluvial al atardecer. Hay verdaderas luchas internas por imponer el criterio adecuado y hay quien espera hasta el último momento para sortear al incumplidor, haciéndole creer que se va a producir un choque de cuerpos si ninguno de los dos da su brazo a torcer. Tan poco respetuosos somos que en Badajoz la Policía Local ha tenido que colocar en los extremos de puentes y avenidas un cartel avisando de que hay que circular por la derecha. Su incumplimiento tendría que conllevar al menos una reprimenda por carta oficial a ver si así espabilamos. Pero mucho me temo que hay quienes se lo han tomado como una oportunidad más de transgredir el orden establecido y de demostrar que van por libres. No es una imposición, es una regla de convivencia.

Mucho me temo que aun pintando flechas en el suelo, habrá gente que no se entera de que debe circular por su derecha. No es una nimiedad, porque si todos tuviéramos por costumbre hacerlo así, caminaríamos más tranquilos, sin necesidad de tener que adivinar las intenciones del que viene de frente. Yo al menos paseo pendiente de si el que diviso en el horizonte se aleja o se acerca, para calcular si tengo que reprenderle.

No todo el mundo reacciona bien. Depende del tonillo del reproche. A la corredora que casi saco del sendero del parque del Guadiana porque me negué a abandonar mi derecha y por poco se me echa encima, no le hizo ni pizca de gracia que la despertase de su abstracción indicándole con mi mano izquierda con movimiento de flecha que se echase a su derecha, porque estaba invadiendo mi espacio. Menuda bruja redicha, debió pensar de mí. Peor me sentó la reacción del señor que paseaba plácido con su perro por la avenida de Elvas y me sonrió amigablemente cuando me dirigí a él. No esperaba que una extraña le riñese. Al principio debió creer que le iba a dar los buenos días y creo que no entendió mi cara de enfado al indicarle que no podía caminar por el medio. Allí lo dejé, confuso, sin darle opción a responderme. Un día de estos me trago un derechazo.