El griterío anima a los jugadores, un estadio casi vacío es más propio de entrenamientos. Cánticos, silbidos y aplausos son la salsa de los deportes de masas. Los jugadores sienten que la afición les sigue, que les importa lo que hacen, saben que son observados y juzgados.

No hay nada más desangelado y menos motivador que unas gradas vacías. Bien lo saben en el Club Deportivo Badajoz. El Nuevo Vivero, con capacidad para quince mil espectadores, reúne como máximo a un veinte por ciento de seguidores cada vez que el equipo salta al campo. Doce mil asientos vacíos. Desolador. Pues imagínense el sentimiento de los futbolistas si el porcentaje de asistentes bajara al siete y medio por ciento. Los gritos perdidos en la amplitud del recinto harían más palpable el silencio lamiendo el desértico graderío. Un panorama que a nadie motiva. Y eso, justamente, es lo que ocurrirá si la candidatura de España y Portugal es elegida para el mundial de 2018 y si Badajoz es designada sede mundialista. Un anillo más se añadiría al estadio pacense hasta alcanzar un aforo de cuarenta mil espectadores. Obra y lleno para y por unos días, dejando luego que el silencio se apodere del campo durante décadas.

He preguntado a bastantes personas su opinión sobre el caso. Unos están a favor y otros en contra. Los favorables a la actuación aducen dos razones fundamentales: los empleos que se crearán mientras el anillo se levanta y la utilidad de contar con esa infraestructura, por si acaso Badajoz alguna vez la necesita.

Una locura. Un dinero tirado. La Junta y el ayuntamiento --desconozco la situación de la Federación de Fútbol-- es seguro que tienen otras necesidades que cubrir con los tres millones de euros que correspondería a cada uno.

Esta ciudad no precisa que el silencio sea pagado a precio de oro.