Lo escuché esta semana por primera vez y me quedé muerta . Resulta que además del síndrome post-vacacional, ese fenómeno ampliamente publicitado y rentabilizado que todos sufrimos, en menor o mayor medida, cuando nos incorporamos al trabajo después de las vacaciones; existe otro que se llama el síndrome pre-vacacional, y que al parecer provoca los mismos síntomas pero por todo lo contrario.

¿Una depresión por coger vacaciones? No daba crédito a lo que estaba escuchando.

Explicaba la psicóloga en la radio que esta nueva patología se manifiesta con síntomas de irritación, agobios e, incluso, momentos de cabreo que finalmente degeneran en desgana y una irremediable bajada de la moral.

Es decir, una cosa muy parecida a lo que le sucedió a mi querida compañera de tantos años en la radio y ahora también de columna, María Jesús Almeida , en su primer día de vacaciones.

Un síndrome que en mi opinión --y esto no lo dijo la experta-- estoy segura que padecen más las mujeres que los hombres y sobre todo aquellas que trabajamos fuera de casa.

¿Y cual es el desencadenante de esta nueva enfermedad ? Pues, al parecer, según cuentan los psicólogos, el síndrome pre-vacacional se sufre cuando te planteas como meta hacer en ese único mes todo aquello que se te ha resistido durante los doce del año: arreglar los armarios y quitar de una vez la ropa de invierno, aunque a estas alturas ¿para qué?; hacerle el cambio de aceite al coche, si es que para entonces aún arranca; ordenar el trastero si puedes abrir la puerta, renovar el carnet de conducir que desde hacía semanas está caducado, limpiar a fondo la cocina, aprovechar las rebajas, leer los dos libros ya comenzados que tienes sobre la mesilla. Y así, hasta el infinito y más allá.

Me convenció. Soy carne de psicóloga. Pero yo le pondría otro nombre a esta dolencia netamente femenina y enmarcaría su padecimiento durante todo el año.

El síndrome chicle. Estirar, estirar, estirar hasta que estalla la pompa.