No tuve la oportunidad de ver la obra cuando llegó a Badajoz. Me hubiera gustado, pero las circunstancias me lo impidieron. Sofocos. Una comedia, un espectáculo en clave de humor porque solo con humor se puede vivir esta etapa por la que pasamos las mujeres. Repentinos, nos convierten en ollas a presión. Un súbito e intenso calor se apodera del interior de nuestro cuerpo y, buscando válvulas de escape, sale por los poros casi a borbotones. Algunas mujeres sufren estos trastornos durante meses y otras, es mi caso, durante años. Te despojas de todo lo que puedes y buscas algo con lo que refrescarte. Colocas la cabeza bajo el grifo, la metes en el congelador o pones a tope el aire acondicionado del coche, con la ventanilla abierta, por muy invierno que sea. En los años de mi caluroso tránsito he hecho casi de todo, incluso, para espanto de mi marido, quitarme desesperadamente la ropa y quedarme en sujetador durante un atasco, con una fila de coches a cada lado. El último sofoco lo tuve el otro día, el primero de las rebajas. Temerosa de que se acabaran las tallas, entré en un centro comercial a comprar ropa. Pertrechada contra el frío exterior, busqué lo que quería y me puse a la cola en la caja. De pronto mi cuerpo entró en ebullición.

Me arranqué la bufanda, para sacar el pluma tiré de las mangas que se enrollaron en el bolso, dejé caer los paquetes al suelo y, con la mano libre, bajé todo lo que pude el cuello del jersey. Boqueaba. Los hombres no se percataron, ¡pero las mujeres!, ellas sí. Tres había de edad similar a la mía. Enseguida se dieron cuenta de lo que pasaba y, solidarias, sacaron abanicos y folletos, dejando incluso que corriera la cola para auxiliarme. Me dieron pañuelos para el sudor de la cara, recogieron bufanda y paquetes, y me ayudaron a reacomodar mi impedimenta. Acabamos riendo, contando anécdotas, cómplices y orgullosas de ser mujeres.

Sí, me hubiera gustado ver la obra. Lo hubiera pasado bien, sintiéndome una con el universo femenino.