La profesora alemana Elisabeth Noelle-Neumann pasará a la historia como quien formuló la teoría de la espiral del silencio. En líneas generales, estudia la opinión pública como una forma de control social y cree que los individuos, por miedo al aislamiento, se adaptan perfectamente a la mayoría, instalada en un clima de opinión cuya principal fuente de información habrán sido los medios de comunicación. Ser políticamente incorrecto puede quedar bien en algún cumpleaños de los Bardem, donde nunca falta de nada, pero, en la vida real, llevar la contraria o situarse frente a la mayoría supone la incomprensión, el insulto, el destierro y el aislamiento. La gente normal prefiere no meterse en líos y la discrepancia la deja para el fútbol o el telediario. Con el trabajito que les cuesta a las oenegés instalar su discurso en la opinión pública -tienen que negociar espacios publicitarios, crear campañas agresivas, sacar dinero o amistades de donde sea para que les gestionen la comunicación- y ni así logran sus objetivos porque acaban recibiendo un inexplicable rechazo social que provoca una frustración inextinguible. De un tiempo a esta parte hay una moda solidaria que pasa de la generosidad al ridículo y de la humanidad al espectáculo. Moda a la que todo el mundo se apunta sin echarle una pensada porque, al fin y al cabo, se trata de solidaridad. El problema es que ayudar no lo justifica todo. No valen repeticiones absurdas, apuntarse porque sí o porque todos lo hacen, colgarse medallas, dejar que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha u organizar ruedas de prensa. Puede que haya honradez en los objetivos e, incluso, en los medios, pero hay que tener cuidado con muestras que más que generar solidaridad trasladan un mensaje de impotencia, de incapacidad y, sobre todo, de falta de voluntad por resolver los problemas que pretenden atajarse con un puñado de euros y algún golpe de pecho.

El berrinche solidario que nos ha entrado puede que alivie la inmensa labor de unas monjitas o dando de comer a cientos por la ciudad y supongo que estas sobras estarán dando para mucho pero me pregunto por qué tanta foto, tanta pose impostada, tanta grotesca sonrisa y tanto argumento que huele más a aliviar conciencias que a actuar de forma decidida contra el desempleo, los recortes sociales y la pobreza. Es más fácil unirse a la mayoría, porque ahí hay palmaditas en la espalda, que pensar que todo esto apesta mientras sigamos creyendo que cumplimos organizado un evento solidario.