La tarde del viernes se había desarrollado con toda normalidad en el Panamá tropical hasta que Andrew Osnard irrumpió en la sastrería de Harry Pendel y pidió que le tomasen las medidas para un traje. Cuando Osnard irrumpió en el establecimiento, Pendel era una persona. Cuando se marchó, Pendel no era ya el mismo". Como tampoco eran los mismos, a nuestros ojos, los actores que la actualidad nos trae, antes y después de que los Panamá Papers salieran a la luz gracias a la investigación de un grupo de periodistas. De fondo, el escenario húmedo y resbaladizo, de trastienda, donde Le Carré hizo desfilar personajes, turbios, arribistas, esquinados, de toda índole; tal como estos otros, hoy se nos desvelan, ya no camuflados en inmaculados trajes de lino y sombreros jipijapa, sino pertrechados tras un sombrío entramado internacional de sociedades offshore. Y si el universo literario panameño de Hemingway, Mutis o Vargas Llosa, se nos antojaba a veces irrespirable, denso y caliente, lo es más este ambiente emponzoñado actual, un verdadero compost de podredumbre, ejemplo nivelador, igualador de hipocresías varias: La del político comunista chino, la del cómico de la legua quien, charlatán de feria, nos vendía, como ungüentos, fórmulas mágicas para acabar con la corrupción persiguiendo sin demora ni piedad a quien escatimaba dinero del erario publico- nobles y plebeyos, todos, como diría Lope de Vega en la Dama Boba "-de las indias, con oro y plata- vienen de Panamá". Le Carré escribió sobre los males del mundo desde la novela de espionaje, y éste, o sus sucedáneos, subterfugios, financiaciones ocultas, investigaciones periodísticas dirigidas o no, alabadas en ocasiones, vituperadas otras, son lenguaje, muestra de una sociedad también opaca, que cuando la desnudan, sonroja su obscena hipocresía, los que dijeron y luego hicieron, los que presumían y adolecían. Delante, destacan escandalizados espectadores, que como madres primerizas gesticulan, sorprendidos y asustados en exceso. Ruido incesante como banda sonora. Un plano medio de acusaciones cruzadas, de verdades a medias. Y detrás, los verdaderos protagonistas, desdibujados, huidizos, los mismos de siempre. Casi parece oírse a Corleone diciendo "No es nada personal, solo es cuestión de negocios".