Interrumpo la serie anterior. Esto es otra historia. Fíjense. Hace tres años largos se organizó un gran lío cuando la Inmobiliaria Municipal de Badajoz anunció un plan para El Campillo. Lo provocamos cuatro o cinco personajes. Se nos dijo de todo. A nosotros nos parecía que detrás del proyecto había gato encerrado -como, de hecho, lo hay-. Que era insuficiente. Que rompía una trama histórica muy consolidada y documentada. Imaginen. Convocamos una rueda de prensa en la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo, con permiso de sus dirigentes -claro-, y a horas de celebrarla se nos retiró (¿?) porque era, se decía, un acto ¡político! Se ve que allí no se había celebrado nunca ninguno que lo fuera. Contra viento y marea se sumaron a nuestra iniciativa todos los partidos del espectro político, menos el PP -¡faltaría más!-. La discusión se fue decantando hacia la protección del Patrimonio. Más en concreto, a la cosa de la Arqueología. Debe advertirse que esta es la ciudad de España con mayor concentración de técnicos de esa espinosa materia por metro cuadrado. Por una vez -quizás dos- sirvió de algo. La expresada IM se apresuró a informarnos de la práctica de unos sondeítos y dejaron ver el informe «arqueológico» correspondiente. Era, como siempre, insuficiente. Una mala documentación previa; una descripción formal y ningún estudio de materiales. Vamos, lo habitual por estos pagos. Nada que ver con lo científico.

La discusión subió de tono -se acercaban las elecciones-. Quienes rigen la ciudad retrocedieron. Algunos de la oposición también. Después se habló de excavación -¿pero no estaba ya todo solucionado con los sondeos?-. Pues no. Quiero pensar que alguien tuvo una revelación y se dio cuenta de que la excavación era no solo una exigencia legal, sino una necesidad de la propia ciudad. La recuperación de la memoria histórica -cercana y lejana- es una prioridad legal y moral. Afecta a nuestra propia conciencia como colectividad. Tampoco me voy a poner intelectual. A lo mejor recalcularon la repercusión del gasto sobre los nuevos «rehabilitados», que no serán los antiguos habitantes del barrio. Serán otros, más acomodados. Amantes, dicen, de la historia de Badajoz. Gente de bien.