El pasado día 19 del presente mes de febrero se cumplieron 182 años de un importante suceso militar ocurrido delante de Badajoz: la batalla del Gévora. Fue una de las victorias más limpias obtenidas por los franceses sobre los aliados anglo-hispano-lusos durante nuestra Guerra de Independencia.

Ese acontecimiento decidió, tanto como la muerte del general Menacho y como la propia capacidad de los sitiadores, la toma de Badajoz por las tropas imperiales.

El ejército francés estaba dirigido por el mariscal Soult, que era el comandante del ejército del Mediodía.

Soult Llevaba muchos meses pidiendo la autorización de Napoleón para conquistar la plaza más importante del occidente español, en el camino hacia Portugal.

El obstáculo que, para los franceses, suponía, en aquellas circunstancias históricas, el grupo de fortalezas formado por las ciudades fronterizas de Elvas, Campo Mayor, Juromeña, Olivenza y Alburquerque, con Badajoz como cabeza de todas ellas, era formidable.

Soult venía sosteniendo, frente a París y Madrid, que la clave para ganar la guerra peninsular era reunir todas las fuerzas disponibles y dirigirse hacia el centro de Portugal, para derrotar a Wellington.

Para eso había que tomarse primero el citado conjunto de plazas fortificadas, evitando dejarlas en retaguardia y en manos del enemigo. Pero París calculaba sus fuerzas de un modo irreal y Napoleón no acababa de comprender las muy especiales circunstancias de la Península Ibérica.

Para empeorar el panorama, José I quería parecer rey a toda costa y, desde luego, controlar el país, dominando la mayor extensión posible de territorio, situando para ello guarniciones en todos los puntos importantes y dispersando al poderoso ejército invasor.

Su política y la de los mariscales era contrapuesta. Y, entre tanto, el Emperador callaba o, cuando menos, no daba soluciones.