El asedio de la ciudad de Badajoz por el mariscal Soult comenzó, el 26 de enero de 1811, con toda la energía que cabría esperar. Ya se ha tratado aquí quién era y cómo actuaba Soult, sus cartas, su brillante carrera militar, las envidias que despertaba en su entorno por sus intrépidas acciones. Una de ellas, el citado asedio de Badajoz, defendida por Menacho, y cómo obligó a las tropas españolas a volver al interior de las murallas.

Los franceses querían tomar la plaza con la mayor rapidez posible, conscientes como eran de su valor estratégico, antes de la llegada de refuerzos. Y para el general Menacho era vital que estos estuvieran pronto allí, aunque su situación era, con mucho, bastante más cómoda que la de sus enemigos.

El asedio se sucedió con suma violencia. Pronto se supo que el marqués de La Romana acababa de morir de disnea, el 23 de enero de 1811, y que le había sucedido en el mando de su ejército el también general Mendizábal, quien se dirigía, a marchas forzadas, en socorro de Badajoz.

El 6 de febrero apareció sobre las alturas de Santa Engracia y, rápidamente, se puso en comunicación con Menacho. La caballería española intentó cruzar el Gévora, pero fue rechazada por la francesa, a las órdenes de Latour-Maubourg, recién llegado de una incursión por los alrededores de Elvas y Campo Mayor, para evitar el socorro de nuestra capital.

El día 7, Menacho, que se mostraba incansable, ordenó una salida contra las posiciones francesas del sur del Guadiana. Un gran contingente de infantería y trescientos jinetes se lanzaron contra las obras de asedio y consiguieron tomar tres baterías de artillería, aún incompletas, haciendo bastantes bajas a los sitiadores. Sin embargo, los mariscales Soult y Mortier empeñaron en la acción a todas sus fuerzas disponibles y los españoles hubieron de buscar cobijo detrás de las murallas de la ciudad.