Desde ayer vuelve a circular el Talgo por el Extremadura. Todavía muchos recordamos cuando en 2010 el Gobierno central, entonces en manos de Zapatero, decidía retirar aquel servicio de los años 70, obsoleto y muy deficiente. Con razón se llamaba Tren Articulado Ligero Goicoechea - Oriol. La ‘tartana’ parecía recién salida de las manos del ingeniero que en los años cuarenta la inventó.

Al igual que muchos extremeños, yo también tuve la desagradable experiencia de viajar en aquel tren. Vagones envejecidos, asientos desgastados, sin aire acondicionado y casi sin agua. Aquello sí era una indignidad.

Renfe dijo entonces que se retiraba para ser sustituido por otro tren en mejores condiciones. Ha tardado ocho años. No está mal.

El Talgo que ahora tenemos en Extremadura parece nuevito. De los años 90, nos dicen, y recién remodelado. Da gusto. Todo blanquito. Y hasta con cafetería. Un lujazo decimos aquí, para sorna de los que nos escuchan desde fuera.

Pero, sin duda, hemos ganado en comodidad, e incluso, en seguridad para los viajeros. Y hay que valorarlo. Nadie mejor que un extremeño sabe que las cosas también son susceptibles de empeorar.

Pero hasta ahí la mejora. El tren sigue tardando más de cinco horas en llegar a Madrid. Hasta el día de su ‘reestreno’ y cargado de periodistas, el tren llegó con casi 20 minutos de retraso. El operador ferroviario se estaría tirando de los pelos.

Pero la realidad es así de tozuda. De nada sirve poner trenes modernos y blanquitos en Extremadura sino se mejora el trazado y electrifican las vías.

Hay que seguir reivindicando, seguir denunciando y sobre todo seguir manteniendo la unidad para que continúen las mejorías y se cumplan los plazos acordados.