El tapón de corredores, toros y mansos de San Fermín en la entrada obstruida de la plaza de Pamplona es el vivo retrato del tapón de líderes, cargos y portavoces del PP a las puertas del Congreso de los Diputados, con la diferencia de que aquéllos querían entrar y estos no. Los sanfermineros parecieron estrellarse contra un muro invisible de cristal más allá del cual no podían pasar, pese a que el único obstáculo que allí había eran ellos mismos apelotonados en el desorden de la turba. Los líderes peperos por su parte se están estrellando contra su propio muro de silencio, contra el cual están amontonándose y empezando a padecer una asfixia políticamente mortal, apiñados en el orden imposible del cierre de filas.

El presidente del Gobierno, el Gobierno y la cúpula del PP han empezado a practicar una técnica de suicidio colectivo cuya arma letal es el silencio, empleado a la vez como veneno y como arma blanca. Por este camino van a dejar pequeña la tragedia de Jonestown, donde mil seguidores de la secta de Jim Jones se suicidaron en 1978. Mientras sus cuerpos se apelotonan en tapón fuera de donde no quieren entrar a dar explicaciones, es decir, en el Congreso, los toros de la ganadería de Luis Bárcenas en forma de documentos, cheques, entregas en negro y recibís van llegando por detrás, empitonando a unos y a otros hasta el desangramiento político. Antes de la estampida, Rajoy todavía tuvo el valor de mandarle SMS a su extesorero diciéndole más o menos aquello que decía Neruda: æme gustas cuando callas porque estás como ausente", táctica que no le ha servido absolutamente de nada.

El presidente cree que "uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras", una frase hecha para la dictadura que no cabe en democracia, sistema que se basa precisamente en la palabra, en la rendición de cuentas. En vez de considerar que su mayoría absoluta es un encargo del pueblo que le obliga más que a nadie a rendir cuentas, se ha apropiado de ella como si fuese un arma a manejar a su antojo y en su propia defensa. Por eso es ya un cadáver político asfixiado en el tapón de los toros de Bárcenas. Como Nixon, como Clinton, como tantos otros líderes más poderosos que él que murieron por sus mentiras, Mariano no se acaba de dar cuenta de que el que calla otorga.