Perdonen la insistencia, pero cuando la vida se pone tozuda y nos abofetea sin piedad para recordarnos que no somos nada, tenemos todo el derecho de gritar ante tanta impotencia. Cuando la enfermedad y la muerte contaminan tu entorno más próximo, cuando no es el momento -nunca lo es, pero menos aún si aún quedan años por vivir y experiencias por disfrutar-, es lógico que nos hagamos preguntas sin respuestas y despreciemos todos esos tópicos que pretenden darnos consuelo. Si caer enfermo de muerte es una lotería, nos repugna el juego y cuestionamos a quien echa los dados con nuestras almas. Si es cosa del destino, apesta y, si se trata de ley de vida, nos declaramos antisistema.

El dolor que causa y el vacío que deja la muerte de un ser querido no puede entenderse desde la lógica o la racionalidad porque terminamos en la locura y si acudimos la fortaleza de la fe, hay que hacerlo con cuidado a riesgo de perder el último anclaje. Pero, cuando la muerte nos rodea tan a menudo, cómo afrontar el desconsuelo. Se acaba de marchar Teresa Benítez, buena gente y mejor fotógrafa, una reportera gráfica que sabía extraer el matiz de la anodina noticia y, de la actualidad y el mundo, el arte en imágenes. Nos conocíamos desde hace unos 25 años o más, la verdad es que ya ni lo recuerdo, y compartimos muchos momentos profesionales y personales. Como los años que acudíamos a la misma hora a Aquarecord y hablábamos sin parar, mientras los ejercicios de pilates o espalda sana, bicicleta, cinta, aparatos de musculación o en la piscina, de nuestros problemas musculares, cervicales y lumbares, especialmente. Intercambiábamos información sobre técnicas, remedios, fisios y doctores, incluso cuando nos encontrábamos por el barrio, donde éramos vecinos.

Nuestro mundo era el de nuestra salud y, un día, me enteré de que la suya la estaba perdiendo. Entiendo su sufrimiento, su lucha, entiendo cómo se le iba escapando la vida por mucho que intentaba aferrarse a ella. Al final, tampoco ella lo ha conseguido. Teresa, con su pelo rojizo, con su andar pausado, con su blanca piel, con su vida plena, con sus palabras alternativas, con la magia de su cámara, aquellas interminables charlas en el gimnasio, todo, se ha ido. Se ha evaporado. Pero no desaparecerás de mi recuerdo. Vuelve a la tierra o ve a las estrellas, pero, Teresa, no dejes de compartir tu magia y tu calma.