El 28 de febrero de 1969, a las 3'39 horas de la madrugada, Badajoz sufrió un terremoto. Recuerdo ese instante como si hubiera pasado ayer mismo. Los cristales de las ventanas temblaron. La casa se estremeció. Mi abuela, invalida y en su cama, nos gritaba al resto de la familia que nos fuéramos a la calle y nos salváramos nosotros. Fueron momentos de incertidumbre, de miedo, de muchos nervios. Al fin, mis padres decidieron dejarla a ella en la cama y salvar a sus hijos. Sí, ya sé que ahora parece excesivamente dramático, que suena a película de serie B y que no fue para tanto. El problema es que, entonces, cuando la información no era tan fluida como ahora, cualquier fenómeno de ese tipo provocaba un miedo terrible. El problema es que, entonces, como ahora, al temblar la tierra, nunca sabes cuándo ni cómo ni con qué consecuencias va a parar. Al llegar a la calle, la plaza de los Alféreces (Provisionales, aún), que por mucho que hubiera sido inaugurada algunos años antes permanecía siendo un auténtico descampado, estaba llena de vecinos en pijama, en bata, envueltos en mantas, murmurando, cariacontecidos, aterrorizados. Tengo en mi retina el recuerdo de aquellos minutos que se me hicieron eternos. Yo era un niño pero jamás he podido olvidar eso. Pasado el rato, el mal rato, cada cual volvió a su casa y nunca más he vuelto a sentir una experiencia como aquella.

Durante años, he vivido con ese recuerdo y con la frustración de haber olvidado la fecha exacta. Frustración, porque siempre he querido contar esa historia. Siempre he querido saber qué sucedió en Badajoz esa noche. En el resto de la ciudad. Cómo vivieron el resto de vecinos una circunstancia de esas características y en ese tiempo de finales de los sesenta. María Dolores Gómez-Tejedor Cánovas, archivera municipal durante cuarenta años, acaba de publicar un libro titulado "Reviviendo el pasado de Badajoz", una colección de artículos, ponencias, ensayos y otros textos que, sobre nuestra ciudad, ha ido publicando a lo largo de su vida. Leyendo su extraordinario y preciso libro, descubro el capítulo dedicado a cuando la tierra tembló. Y allí aparece la fecha buscada junto a otros pormenores relacionados con el terremoto. Además de la sensación de sorpresa y alivio recibida, compruebo con gratitud cómo los libros de historia, de historia de Badajoz, nos llevan, con acierto y profusión de datos, a los lugares más insospechados de nuestra propia historia.