TGtritos, intentos de zafarse, palabras soeces, manos que buscan, manos que rechazan. Rebobinemos la película de la espeluznante agresión a un conductor de autobús que recriminó el comportamiento de unos jóvenes hacia unas viajeras, y observemos el inicio de la secuencia, que, como si fuera una acción paralela, divide el plano en miles de pequeñas celdas: autobuses diferentes, días diferentes, ciudades diferentes, mujeres diferentes. Conocemos poco a poco las numerosas y acalladas agresiones sexuales que se vivieron, en plena calle de las ordenadas Alemania, Suiza,Finlandia. Los asesinatos de las jóvenes mochileras argentinas que viajaban juntas.Tampoco se sabe mucho de la insostenible situación de las calles de las mujeres en El Cairo, en Colombia, Indonesia, Sudáfrica. Sólo cuando son violaciones masivas en la India se difunde la noticia. Y sólo, también aquí, en petit comité, comentan, asqueadas, temerosas, las situaciones vividas en los autobuses llenos, en los pasillos del metro que, de repente, al girar para buscar otra línea aparecen solitarios, en los vagones de los trenes por donde, tras varias paradas quedan apenas un par de viajeros, y no pasa nadie, nadie...

Se intenta en Francia incluir en una Ley de Lucha contra los Atentados a la Seguridad en el Transporte Colectivo, un artículo sobre el acoso y las agresiones sexuales a la mujer. Esta iniciativa no es aislada. Las campañas 'projetcrocodiles.tumblr.com' (cómic que muestra al acosador en la calle, en el transporte como un cocodrilo que sigue y agrede a la mujer), "devuélvenos la calle", "stop anti acoso en la calle", cuyos símbolos son estampados en las esquinas, en los pasos de peatones, en las estaciones de ciudades francesas, nos sacan de bajo la piel, esas frases que viven allí desde nuestra infancia: "No vayas sola", "que te acompañe un amigo", "coge siempre un taxi". La línea divisoria que se impone, es la noche, que, en las grandes ciudades se recorre y se percibe por cierta clase de hombres como espacio de "caza", de "encuentros", y que nos hace estar permanentemente en alerta, encogernos, tensionarnos cuando una figura se adivina en las sombras o cuando resuenan los pasos acercándose. La calle, el espacio público cuyo derecho de uso cedemos, rehusamos, obedeciendo a ese mantra introyectado. De repente las diferencias entre las que caminamos: dependientas, estudiantes, arquitectas, enfermeras, se esfuman. Los elementos de nuestra identidad: hábitos, pasiones, inseguridades, tanto afán- desaparece y volvemos a ser, tras décadas de fronteras superadas, de nuevo, en la calle, de noche, solas, nada más que un cuerpo. Ni siquiera una Lauren Bacall, que caminara segura, sobre sus tacones, gabardina, sombrero y carmín, evitaría mirar una y otra vez a su espalda, si otros pasos, de repente sonaran invisibles y amenazadores. Sus hombros, como el de muchas, se encorvarían, el cigarro temblaría en los labios, y caería al suelo, sus ojos se agrandarían en la oscuridad, y correría y correría buscando por fin sentirse segura.