Está tan reciente, a la vuelta de la legislatura anterior, que es imposible que al todavía equipo de gobierno popular en el Ayuntamiento de Badajoz se le haya olvidado el episodio vivido con el que fuera portavoz de Ciudadanos, Luis García-Borruel, a quien el PP tachó y trató de tránsfuga y al que, como tal, le negó el pan y la sal cuando ya les era prescindible. El PP lo repudió porque habían encontrado el voto fiel de la que hasta entonces había sido su compañera en las filas naranjas, Julia Timón, que no dudó en saborear sin empacho las mieles del poder municipal.

En teoría, Borruel no era un tránsfuga. Se fue de su partido antes de que lo echasen, aunque sabía que ocurriría más pronto que tarde, y su decisión no movió a un gobierno, pues ni siquiera llegó a presentarse la moción de censura que el PSOE anunció contra el alcalde, Francisco Javier Fragoso. Borruel fue tránsfuga porque se quedó con su acta en el ayuntamiento y no dejó la concejalía a disposición de las siglas por las que había sido elegido.

Fue tras este episodio cuando por primera vez apareció en el ayuntamiento la figura del asesor de concejales. Lo tuvo Julia Timón, para que, según el PP, no se quedase sola al frente de un grupo al que los votantes habían elegido con dos concejales. Sentó un precedente pues, según ha ocurrido después, el asesor es un manjar muy apetecible para cualquier grupo político minúsculo con pretensiones de abarcar mucho más de lo que su representación merece. Tras la experiencia del primer asesor, llegó la petición del segundo. Esta vez por parte de Vox, como condición sine qua non para apoyar al pacto entre el PP y Cs por el que se dividen la alcaldía a medias.

Borruel se quedó en el ayuntamiento como pajarito sin nido. Mientras su compañera gozaba de todos los parabienes por arrimarse al partido gobernante, el exportavoz municipal de Cs, que tanto había sido, ya no era nada. Era el concejal adscrito proscrito. Sin despacho, sin auxiliar administrativo y sin asignación económica como grupo, solo un pequeño casillero en el que recibir las convocatorias. En los plenos, hasta sus propuestas repudiaba el equipo de gobierno. «De un tránsfuga no queremos nada», le decían. Claro que entonces tenían el sostén sin fisuras de la mayoría que Julia Timón les otorgaba. Borruel se convirtió en una sombra que el propio PP se encargó de desacreditar y las elecciones municipales siguientes, las de mayo, acabaron por borrarlo definitivamente, cuando los ciudadanos no dieron apoyo a su nuevo partido, Juntos x Badajoz.

¿Y ahora qué? ¿Qué pasará si Alejandro Vélez se va de Vox?. Mejor dicho: lo ha expulsado Vox. El motivo que aduce el partido no deja de ser peregrino, por mucho que duela que las arcas municipales tengan que soportar los sueldos de otros dos desoficiados. Eso de que Vox no mantiene a asesores no se lo cree nadie y que se haya dado cuenta ahora, siete meses después de su existencia, menos. Como incomprensible es que la expulsión esté decidida sin dar opción al castigado de defenderse. Pero por muy inaudito que el procedimiento parezca, todo hace indicar que Vélez se quedará sin siglas que lo arropen y no parece que quiera abandonar el ayuntamiento, tan contento como está con sus labores de decoro. Será concejal no adscrito. Será un tránsfuga, por la propia definición del PP, pues se quedará con el acta que su partido consiguió. Pero a diferencia de Borruel, este tránsfuga es -aunque injusto- necesario para asegurar la mayoría del actual gobierno local y hasta puede poner condiciones, para él y los suyos que, visto lo visto, el PP y Cs no le negarán.