TSteptiembre es el mes de la vuelta. La vuelta al cole, la vuelta al trabajo, la vuelta de políticos ávidos de minutos de gloria, la vuelta a la rutina, la vuelta al gimnasio, la vuelta a madrugar, la vuelta de columnistas ansiosos por escupir lo que llevan dentro, la vuelta a los cursos de idiomas, la vuelta al estrés. En definitiva, la vuelta a la vida normal. Una vida lejos del no hacer nada, lejos del sol, lejos de largas tardes de lectura, lejos de otra rutina, lejos de juegos infantiles, lejos de baños y helados, lejos de noticias intrascendentes (aunque este verano entre los estupideces de los catalanes, la financiación autonómica y el robo de la moto de Monago , hemos estado muy entretenidos). Lejos, en definitiva, de esa otra vida normal- del verano.

Claro que no todos sobrellevan igual ese tránsito tan delicado. Hace unos días escuché unas declaraciones muy arriesgadas de una médico extremeña de Atención Primaria. Decía que la depresión postvacacional no existe. Yo me quedé muerta. Con la cantidad de minutos de informativos y líneas de periódicos que se ocupan cada año con esta enfermedad. Pero si el estrés postvacacional está más diagnosticado que el resfriado, pensé yo. Ella sabrá, pero yo me pongo en el pellejo de un profesor, y sinceramente, es para estar deprimido. El día de San Juan ya no hay ni un solo niño en el cole. Y este año, por no comenzar un viernes, que hubiera sido un día perfecto para presentaciones y demás enredos, hasta el 15 de septiembre están las aulas vacías. Tres meses de vacaciones. A mí me tendrían que indicar hasta la dirección de mi trabajo. Como diría una simpática y bonachona señora que he conocido este verano en La Vera, "habieras estudiao pa maestro".

En fin, vamos a llevarlo cada uno como podamos. Los más optimistas piensan ya en esos días de asuntos propios o de vacaciones que aún les quedan por rascar. Los más conformistas esperamos que, al menos, el invierno no sea muy tormentoso.