Los recuerdos son partículas de vida que regresan para anunciarnos que el tiempo se acaba. Los recuerdos intentan, en palabras de George Sand, perfumarnos el alma, pero se convierten en pequeños e intratables obstáculos que nos impiden avanzar con seguridad y confianza hacia lo porvenir.

Los recuerdos acentúan nuestra desconfianza, alientan el fracaso del presente y la incertidumbre del futuro porque nos abastecen de imágenes que pueden resultar engañosas e inservibles para remontar el vuelo de nuestro ánimo herido. Los versos de Espronceda son tan terribles como la realidad que nos acecha: «¿Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos del placer perdido…?». En la temporada 9, episodio 19 de la serie The Big Bang Theory, el excéntrico Sheldon Cooper lleva a su novia a conocer su mayor secreto: un trastero lleno de objetos que, asegura, son los recuerdos de toda una vida. Lo mantiene en secreto porque se avergüenza cuando, siendo un científico anclado en la argumentación empírica y el conocimiento racional, descubre que tiene una parcela de humanidad que lo hace más vulnerable. Acapara recuerdos que no llenan su soledad ni hacen de su vida un paraíso.

Sheldon es ateo, pero aquí la religión o la ideología o la ciencia no pueden hacer nada por ese vacío existencial donde los recuerdos son solo un espejismo y no la tierra prometida. Hace unos cinco años, por culpa de una pequeña obra, acumulé en una docena de cajas cuadernos con todo tipo de anotaciones, recuerdos, billetes de viajes pasados, en fin, unos veinte años de mi vida. Esta semana, por fin, empecé a abrir esas cajas y descubrí dos cosas: que no había necesitado nada de su interior en todo este tiempo y que, por tanto, puedo destruirlo sin que me salgan llagas en el alma. Cuesta seguir caminando y duele mirar atrás. Cuesta deshacerse de todos esos trasteros llenos de pérdidas. En las frías noches del Madrid de los ochenta, un joven estudiante de periodismo escuchaba, con la sintonía de Pink Floyd Shine on you crazy diamond de fondo, a Jesús Quintero iniciando su programa radiofónico El Loco de la colina: «Hegel dijo: Nada más grande, nada grande se ha realizado en el mundo sin pasión». Pasión y locura es lo que se necesita para sobrevivir a este mundo de catetos que nos persigue y a esta prisión de recuerdos que solo consiguen amargarnos la fiesta.