Arqueólogo y profesor.

Por razones profesionales me veo obligado a viajar con mucha frecuencia entre Madrid y Badajoz y viceversa y, como no soy conductor, suelo hacerlo utilizando los servicios de Renfe. Pues bien, yo les animo a hacer lo mismo. Bien es verdad que deben ser ustedes de una madera muy especial para soportar el trayecto, pero merece la pena. Verán por qué.

No es cosa de salir puntual. Si tomaban --acaban de cambiarlo-- el Talgo que venía de Barcelona nunca iniciaban el viaje hasta, como mínimo, media hora después del horario previsto. Por lo tanto, nada de correr ni de impacientarse por miedo a perderlo, con menoscabo de su salud. Con un poco de cálculo el previsto retraso --sí, previsto-- les permitía salir tarde pero sin agobios.

Si toman el talgo de la mañana, ese que sale a las 7.45 de la flamante estación de Atocha, recién ampliada, tampoco tendrán problemas. Hace unos meses arrancaba más tarde, pero la puntillosa compañía ha adelantado la partida a hora tan incivilizada para conseguir mayor puntualidad. Vano intento.

Pero, vamos a lo nuestro. El pasado día 2 de octubre nos tuvieron esperando largo tiempo en la nueva terminal. Es de agradecer. Pasamos el ridículo control de seguridad. Digo ridículo porque si yo fuera terrorista, sabiendo que me iban a controlar, subiría al tren en Leganés, por ejemplo; allí no hay controles. Dirigiría entonces el tren, a toda velocidad, contra algo emblemático. Ni así se iba a notar la diferencia de traqueteo al salirse de las vías.