Arqueólogo

Vuelvo a la narración ferroviaria de la semana pasada. Hablaba de mi penúltimmo viaje en el talgo de las 7.45 de Madrid a Badajoz. Pude desayunar opíparamente en uno de esos "manos arriba" de la estación y, después de larga espera, un distinguido señor de azul nos condujo a los andenes de cercanías. ¿Para qué tanta seguridad si tomamos el tren con todo el resto de la clase trabajadora que, a esas horas, se dirigía a sus labores habituales?

Les voy a explicar mi interpretación de los hechos. Me parece a mí que a alguien de Renfe, no exento de pudor, le avergonzaba que el decrépito talgo que conduce por las mañanas, en plan Hermanos Marx en el Oeste a Badajoz se codeara, andén por medio, con los espléndidos y rutilantes aves , altaria y alaris conducentes a otros destinos. Fuera de Extremadura, claro está.

Es que resultaba indecente que los opulentos convoyes destinados a otras regiones fueran vecinos de semejante pieza de museo. No de un museo del ferrocarril. De uno arqueológico o etnológico. En semejante institución didáctica los padres podrían mostrarles a sus retoños en edad de formarse:

-Mira, este es el tren en el que viajaban los españoles hasta los años ochenta del siglo XX y los extremeños hasta la primera mitad del siglo XXI.

Lo de Puerto Huerraco sobre vías.