Se les llena la boca diciendo que esta guerra difumina ideologías y fronteras, que hay que estar todos a una porque el enemigo es único y está enfrente y que ahora debe primar el interés general por encima de cualquier otro. Pero a la mínima estallan, se les ve el plumero, porque no lo sienten de verdad.

En esta situación tan grave en la que estamos sumidos y de la que no sabemos cuándo ni cómo podremos salir, nuestros políticos, los que gobiernan y los que les gustaría gobernar, están demostrando que no son capaces de aunar fuerzas. Es tanto lo que les ha separado que no les sale ofrecer la mano limpiamente. Tienen tanta rabia acumulada, enquistada en sucesivas convocatorias electorales, que cuando se ha puesto a prueba su capacidad para el diálogo son polos opuestos que se repelen por mucho que se esfuercen en arrimarse para guardar las apariencias. Son incapaces de sentirse del mismo bando, aunque sea eso lo que ahora se les pide. No pueden, es superior a sus fuerzas. No les sale. Ponen buena cara y mejores palabras cuando hay testigos o micrófonos, pero en cuanto se ven a solas ante el teclado del móvil, la tentación es demasiado fuerte y caen en el insulto y en los reproches. Y en medio de tanto silencio el griterío aturde.

Los desencuentros se producen a todos los niveles, aunque tal como estamos hay una única altura, y pocos están dando la talla. Es imprescindible que todos tengan claro que ahora, en estos momentos, y en los sucesivos, lo único que debe moverlos es el bien común. Que todos se convenzan de que si surge un problema deben permanecer unidos para hallar una solución. Cuatro cabezas piensan más que una. Si cierra el albergue de personas sin hogar, el que primero se entere que dé la voz de alarma y todos derechos y con la mirada puesta en buscar un lugar donde realojarlas. Si ese espacio es insuficiente porque puede haber contagiados, quien se percata de esta necesidad lo comunica y todos indagan si existe otro espacio donde poder ubicarlos, pertenezca a quien pertenezca. Si hay sanitarios que piden un lugar donde realojarse porque no quieren poner en riesgo a sus familias cuando llegan a casa después de una dura jornada de trabajo, todos juntos a pensar qué espacios hay que puedan reunir las condiciones.

Si hay familias que realmente no tienen cómo atender a sus hijos, que antes podían comer en el colegio con una beca, pongan todos sus recursos a disposición, entérense de qué demandas reales existen, que no pueden estar informatizadas en una crisis que es nueva para todos, y atiéndanlas.

No es normal que haya una administración que ofrezca un pabellón a otra y que la receptora no solo no lo haya pedido, sino que se entera por los medios de comunicación de que esa oferta existe. Con lo fácil que es poner un wathsapp. No tienes ni que mirar la foto del perfil si no te agrada, solo esperar a que las dos rayitas se tiñan de azul.

Si hay familias que no disponen de agua corriente porque han okupado viviendas que no son suyas, pónganse a la tarea, busquen el resquicio legal, llámense y que estos padres y estos niños no tengan que ir a ducharse o lavar la ropa a casa de ejemplares vecinos, con el consiguiente riesgo para quien pide y para quien da. Después, cuando esto pase, lleguen de una vez a un acuerdo para convertir estos pisos en viviendas sociales, que tiempo han tenido. Pero mientras tanto, que nadie tenga que sufrir porque quienes deciden desde los despachos o en sus teletrabajos no son capaces de reconocer que esto se les va de las manos y que solos no pueden. Quedarán como incompetentes si se limitan a lo que, según ellos, les compete.