TLtas vacaciones son un invento capitalista para someternos a las clases trabajadoras. Los sindicatos las consideran un logro social, los empresarios las aceptan a regañadientes y la Administración mira para otro lado. Sin embargo, no hay nada bueno en las vacaciones de verano. Y el mal comienza a lo largo del mes de junio cuando todo el mundo te pregunta cuándo y a dónde te vas de vacaciones como si fuera una obligación irse o de muy mal gusto quedarse.

La paga extra se la lleva Hacienda, el IBI, una boda que nos salga, la feria, el regalito o regalazo (porque hay hijos que no tienen medida) para los chicos por las notas de fin de curso y varias letras (o una) de algún capricho que aún tenemos por pagar. La nómina del mes de vacaciones y, con toda seguridad, un poco o un mucho más, se la llevará el hotel o apartamento de la playa, el crucero, el viajecito que a la parienta se le habrá metido en la cabeza hacer con lo bien que estamos nosotros en casa, el marisquito, la cervecita y el pretender vivir como los ricos aunque sea una vez al año y en Matalascañas, La Antilla o Conil. Y hablando de ricos y pobres, las vacaciones son las que nos ponen a cada uno en su sitio. El pobre lleva todo el año pensando en las vacaciones, ahorrando y reservando un buen hotel en la playa. Si el primer día que llega, se pone malo, aguanta allí como un jabato, que está todo pagado. Y, si en la hora de la marcha, está tan a gusto que desearía quedarse un par de días más, antes de las once debe abandonar la habitación. Es la triste miseria de la clase media junto al hacinamiento en apartamentos en quinta línea de playa o la desmedida presencia en chiringuitos de todo a cien.

La rutina del mes de vacaciones significa tener que cargar con los niños, aguantar al cónyuge las 24 horas del día, odiar los biquinis hasta la saciedad, quemarse donde solo se queman los tontos (tobillos, empeines y axilas), comprobar cómo las jovencitas te hablan de usted y te miran como a un padre y no como a un hombre y acabar con esguince cervical. De ahí lo del biquini. Si uno o una no vuelve con los papeles del divorcio firmado, volverá sin recargar pilas, habiéndose tirado el mes entero discutiendo, con la sensación de no haber hecho nada útil para sí, bastante más deprimido que cuando se fue y con el resto del año para pagar los excesos de la visa.