Son las ventajas de la edad. La vergüenza y los perjuicios dejan espacio para lo importante. Y la lista de importancias se acorta. Vivir y dejar vivir se convierte en religión. Tiene tres amigas que cada día le desean un sueño reparador y por la mañana la despiertan con un bonjour, tú puedes, la vida está por estrenar o, un mejor incluso, disfruta!. Su madre repite, aún con más asiduidad ahora, eso de que la vida se va en un soplo, bajando la voz como un secreto, con la boca muy cerrada, para imitar el silbido breve en el que se convierte todo. En la radio, el Corte Inglés se anuncia emparejándose con San Valentín. Ella cambia de emisora. Conecta el teléfono y en el aleatorio, Nat King Cole canta When I fall in Love. Sin darse cuenta, mueve la cabeza y tararea, en un pésimo inglés, el estribillo. Después Sinatra le susurra «lovely, never change, cause I Love you». Y consigue un escalofrío y que sus ojos en el retrovisor, se llenen de chispa. ¿Qué más da? Un invento comercial, ¿y qué, si a algunos les permite jugar, expresarse, si sirve de excusa? La época de los juicios de valor, de la rigidez y de la crítica altanera ha pasado para ella. Su compañera se excusa por el retraso, riendo le muestra la manicura, roja, y con el parloteo sobre sus planes para la noche llena la cafetería de electricidad, de un fru fru nervioso de lencería. En la barra, un chico compra unas galletas de canela en forma de corazón, que la camarera acomoda en una caja con pétalos de papel. El le guiña el ojo. Ella le desea suerte. Apartándose del ruido, junto a la puerta, un político, que cada mañana ojea la prensa con gesto grave, reserva, por teléfono, mesa para dos. Ya fuera, la mañana sigue, pero se interrumpe a cada poco: Un corrillo de mujeres se muestran sus compras a escondidas, como colegialas, una chica se agacha para mirarse en el espejo de un coche aparcado y pintarse los labios con carmín. Un hombre parece excusarse ante las bromas de sus amigos porque lleva un ramo de rosas. Una señora se sonroja al reconocer a lo lejos a quien las lleva. Se pierde el encuentro tras una esquina. Apresura el paso para expiar el beso, el abrazo. Pero solo alcanza a ver que él le abre la puerta del coche y ella le mira desde abajo, acomodándose, con el ramo en el regazo, y sus ojos, encontrados, cómplices, se hablan. Reconfortan el aire. Y sonríe. Smile, Baby, kiss me, canta bajito, sola, subiendo la calle hacia el trabajo.